Juan de la Cruz fue su primer amor. Fueron juntos a la escuela desde bien pequeños y siempre estuvieron muy unidos hasta que en el primer año de instituto su amistad fue más allá. Les parecía tan poco el tiempo que pasaban juntos que las clases pasaron a ser algo secundario, ausentándose cada vez más de ellas. Aprender a descubrirse el uno al otro les resultaba más interesante que historia o geografía. No opinaron igual sus familias el día que los descubrieron. Se opusieron a su amor por el bien futuro de la pareja, sin pensar que el uno sin el otro se convertía en un presente doloroso.
Quintana Roo fue el destino elegido para fugarse. Una mochila con harapos, trescientos pesos y unas sonrisas cargadas de felicidad. No necesitaban más. Vivían el momento sin importarles el mañana. Macarena vendía a los turistas atrapa sueños hechos a mano y Juan repartía capulines por las playas. Una semana les duró la aventura, hasta que la policía los interceptó.
Severos castigos les impusieron en casa cuando los trajeron de vuelta. A Macarena la cambiaron de instituto y a Juan lo sacaron de él. Se vieron en secreto hasta cumplir los dieciocho, y se volvieron a aquel lugar.
Vivieron felices como siempre habían deseado hasta que un día, el barco de Juan no volvió a puerto. Una tormenta tropical decidió quedarse a Juan para siempre. Macarena, rota en mil pedazos, volvió a casa. Acabó la carrera y a duras penas fue feliz.
Con dificultad sujetaba aquel sobre entre sus manos temblorosas. Habían pasado veinte años desde la muerte de Juan. Pero el destinatario de aquella carta era él. Inhaló todo el aire que pudo y atravesó el jardín. Picó a la puerta con el pulso descontrolado. Cuando esta se abrió, Macarena recuperó la sonrisa.
Con final feliz e inesperado.
Saludos Insurgentes