Volvió a sentarse frente a la pantalla. Otra vez se enfrentaba a ella después de haber cumplido con todo el ritual previo: ducha caliente, ropa cómoda, taza de café y música relajante. Esperaba que hoy fuera el día en que sus dedos comenzaran a teclear sin esfuerzo después de unas semanas que pronto se convirtieron en meses de tregua. Últimamente le costaba más lidiar con su página en blanco que acabar con todas las tareas de su cada vez más aburrida vida. Retrasaba el momento de angustia hasta el punto de buscar cualquier excusa. Lo que siempre había sido su sueño, se estaba convirtiendo en una pesadilla.
Carmen Fernández, conocida por su seudónimo Eve Malone, había escrito alrededor de veinte novelas a lo largo de su trayectoria, basándose mayormente en el suspense y thriller policíaco con el que había mostrado su lado más oscuro.
Llevaba casada con Ernesto diecisiete años, un buen hombre que no le daba dolores de cabeza... ni de nada. Una persona lineal, sin grandes aspiraciones, conformista y estable. Demasiado. Él tampoco reclamaba más de Carmen, de hecho, su profesión era perfecta para tenerla siempre cerca, ubicada en su despacho, localizable en todo momento. Suficiente.
Hoy, según lo esperado y convencida de que se le habían secado las ideas para su género, daba un giro a su carrera con un nuevo estilo y confiaba en crear un personaje auténtico para su próxima novela. Comenzó por buscarle el nombre adecuado, identificando a su protagonista conseguía dar rumbo a la historia con mayor facilidad. Desde un inicio lo tuvo claro, se llamaría Eva, como su alter ego, como la primera mujer de la humanidad, sin necesidad de que la creara un Dios. Sintió cómo un escalofrío recorría su cuerpo mientras moldeaba su reciente figura y se atrevió a diseñarla a su imagen y semejanza, siempre oculta al público recelosa de su intimidad. Mujer imperfecta como todas, pero con un coraje capaz de hacer temblar los cimientos del paraíso. Sus manos comenzaron a cobrar el ritmo deseado y, sin darse apenas cuenta, descubrió como a través de Eva podía alimentar sus propias emociones.
“Aquella mañana Eva salió a pasear, se enfundó su chaqueta de cuero último modelo y enfiló calle abajo atravesando miradas y cuellos del revés. En busca de su próximo destino, caminó sobre sus tacones con la firmeza del paso bien dado. No sabía qué era exactamente, pero el Cosmos se encargaría de mostrárselo.”
No era un lugar, ni siquiera una persona, simplemente buscaba su alma abandonada en algún recuerdo antiguo y solo ella lo debía encontrar.
Cansada de batas de boatiné y zapatillas de andar por casa, necesitaba despertar del letargo de un matrimonio insulso. Quería a Ernesto, de eso no cabía la menor duda, había sido su compañero de vida, pero no de viaje. Ella siempre había deseado llenar sus días con la adrenalina y pasión que había conseguido colmar a sus personajes, sin embargo él, más acomodado y complacido, la intentaba convencer de que eso no existía en la vida común y corriente. En efecto, Carmen no se conformaba con la vida que cualquiera pudiera desear, deseaba la suya, a su antojo, a su medida. Su realidad.
“Entró en el bar de la plaza y se sentó junto al ventanal. Un Sol otoñal se despedía de octubre con sus mejores intenciones. Pidió una copa de vino y sacó su libro del bolso: ‘El último atardecer en River Park’ de Eve Malone, su escritora favorita. Siempre que leía novelas de esta autora se identificaba con algún personaje que le daba el impulso para saber cuál sería su próximo punto cardinal.”
Pasaban las horas y Carmen no podía despegarse del ordenador. No había comido nada pero tampoco le preocupaba en momentos que la inspiración teclea por ti. Agotó el último trago de su copa observándola confusa, no recordaba en qué momento se la había servido.
“La belleza natural que otorga la seguridad en una mujer, le hacía brillar con la ilusión de imaginar su siguiente viaje. Así era Eva, la mujer que muerde la manzana cada vez que le da la gana.”
Debía tomar una decisión, no podía continuar hastiada con su propio camino, senda que ella había creado y de la que se sentía responsable. No sería justo culpar a su marido de algo que han construido entre los dos, de forma voluntaria o no, pero del que no había sabido salir. Solo pensarlo se le removía el estómago, no estaba preparada para dejar a Ernesto, pero tampoco se podía permitir seguir así. No podía dejarse arrastrar por una vorágine de razones sin sentido que ella misma era capaz de cambiar. No retrasaría más el momento, metió su libro en el bolso y salió del bar, extrañada de encontrarse en la plaza pero con un rumbo fijo.
Convencida de tomar las riendas. Demasiado. Idea de cómo hacerlo. Suficiente. Patrón para conseguirlo. Su realidad.
Satisfecha de la línea que estaba tomando su nuevo relato y dispuesta a proseguir, debía cumplir el ritual previo: ducha fría, camisa blanca planchada, copa de vino, carmín en la sonrisa y jazz que avive los sentidos.
“Ese flequillo le hacía tan joven casi como la ausencia de problemas. Con un pañuelo en forma de lazo arremolinándole el cabello y mil pensamientos, se dirigió a la estación de tren”.
Próxima parada: ‘Carmen’.
Ya he leído otro relato parecido para este concurso donde la prota cambia de actitud y su marido enloquece de pasión.
Sigue jugando, no te aferres a lo que todo mundo espera de ti (o de Ernesto, siempre tan lineal).
Gran relato