«QUE FAENA DE TORMENTA»

Nunca me gustaron las tormentas. Cuando era niño me escondía debajo de la cama de mis padres, tapaba mis oídos y evitaba ver la luz de los relámpagos.
Veinte años después siguen sin gustarme. He cambiado la cama de mis padres por un sótano húmedo en los suburbios de la ciudad, donde pago una miseria por vivir y estoy todo el día probando juegos de rol. Sí, ese es mi trabajo, de hecho, teletrabajo. Mi uniforme es el mismo pijama tres días seguidos, mis almuerzos a base de precocinados me facilitan no entrar mucho en la cocina, y mi mesa de escritorio pegada al sofá, que ya tiene la forma de mi trasero, hace que me sienta como si estuviera dentro del simulador. 
Hoy es un juego de rol con efectos automovilísticos.
¡¡¡CRACK!!! 
Un trueno retumba en mis oídos. Noto una vibración en el volante del lamborghini diablo amarillo chillón. Qué tormenta más auténtica tiene este programa. Mi espalda se aprieta contra el respaldo de cuero y mis pies pisan el acelerador hasta los 200 km/h. ¡Qué adrenalina! ¡Qué sensación más real y qué maravilla de carro! El agua choca fuertemente contra el cristal y el sonido del motor ataladra mis sentidos.
De repente suena el kit manos libres y le doy a contestar:
—¿Si?
—Manu vas a entrar en el puente, aminora la velocidad si no quieres acabar en un atolladero.
—¿Quién eres tú?
—Flipao, ahora te toca a tí sufrir lo que yo he sufrido todos estos años. Da gracias que yo te estoy avisando, tú has empotrado mi coche contra medianas, túneles, paredes... me has tirado por acantilados por el amor de dios...
—¿Esto es real? ¿Estoy dentro del juego?
—Ya has probado con el Lamborghini, cuando salgas hacia el muelle coge el Aston Martin.
—¡ESPERAAAAA!