que febril la mirada,
errante en las sombras,
te busca y te nombra,
vivir”
Como cantaba Carlos Gardel, 20 años de nada sobreviviendo a aquel día.
Sin poder olvidar, sin poder dejar pasar un día sin ver esas macabras imágenes pasar una tras otra, como diapositivas recurrentes por mi cabeza.
¿Algún consuelo?
Muchas tardes de terapia, apoyo de familiares, amigos y profesionales, y el abrazo cálido de la sociedad cada 11 de septiembre.
Pero aquella maldita tarde, en el piso 106 del World Trade Center, la incertidumbre inicial y el pánico colectivo que le sobrevino, no se borrarán ya de mis rencorosas retinas.
Rencorosas sí, porque por mucho que lo he trabajado, ese sentimiento hostil sigue acompañándome como un perro lazarillo que me guía para que no vuelva a caer.
¿Temes volver a caer?
Sí. El miedo aún me acompaña.
Aunque el temor es más racional que en los primeros meses tras el atentado, sigue formando parte de mi vida, amanezco con él y me arropa al irme a la cama.
Me encantaría decir que lo he superado, pero no es así.
No soy de desearle el mal a nadie, pero ojalá los culpables de aquel crimen paguen por sus actos.
Sé que en este mundo ya no lo harán, pero seguramente sí lo hagan en el celestial.
Si algo me aportó tanto dolor fue Fe.
Fe en un Dios en el que antes no reparaba.
Yo no tengo perdón para ellos, pero quizás mi Dios si los juzgue, les imponga penitencia y los perdone si lo merecen.
“Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve,
a enfrentarse con mi vida,
tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos,
encadenan mi soñar”
Soñar.
Esa esperanza no la pierdo, sueño con despertar un día y que las pesadillas no vuelvan a atormentarme.
