«Querido Monopoly»

No se qué pasó, pero me encontraba en casa jugando con mi hija y mi marido al monopoly y, una luz cegadora, me hizo perder la visión durante unos segundos, cuando la recuperé ya no me encontraba en mi cómodo sofá. Aparecí en una habitación espantosa con un wáter de aluminio, una pequeña cama cochambrosa y una puerta metálica con una abertura en forma de cuadrado en la parte superior. Yo estaba en el suelo, mi ropa había cambiado y me hallaba con un mono de color naranja. Mi confusión aumentó cuando, como una voz de otro mundo, oí a mi hija decir "mamá, has caído en la cárcel". Entonces estallé en carcajadas, no sabía cómo pero mi familia me debía haber dormido y encerrado en esa habitación para gastarme una broma. Hay que reconocer que se habían superado. Me levanté, me sacudí los pantalones del mono que estaban llenos de mugre del suelo y me acerqué a la puerta para salir de allí, seguramente estaría abierta y la broma habría acabado.  
 Pero las cosas no ocurren como esperas y la puerta no se abría, estaba cerrada desde fuera. Grité que la broma duraba demasiado, que me dejaran salir, que estaba cansada y quería abandonar el juego y volver a casa, pero nadie respondió. Me pasé cuatro horas encerrada, unas veces miraba el techo, otras me imaginaba el tipo de gente que habría dormido en ese colchón, y otras, presa de la desesperación, gritaba hasta desgañitarme con nulo resultado.
Oí pasos acercándose y me aproximé a la puerta, abrieron la mirilla y me dijeron que ya había pasado el tiempo de mi condena, que podía salir. Mi cuerpo sintió una mezcla de alegría y miedo a partes iguales. Un policía me llevó por un largo pasillo, desperté en mi sofá.