La voz del ministro pronunciando aquellas palabras todavía resonaba en mi cabeza cuando cogí mi smartphone para crear un grupo de whatsapp y reunirme después de comer con mis amigos.
Habría guerra, y se necesitaba a todo hombre y mujer joven que pudiera empuñar un arma, mañana mismo debíamos presentarnos en el centro de reclutamiento. Añadí a Alberto, Aitor y Adri.
—Traed eso, venid a mi casa a despedirnos como dios manda. — escribí rápidamente en el recién creado grupo.
—OK, yo me encargo — escribió Alberto raudo.
Poco a poco mis amigos fueron llegando a mi casa y descorchamos algunas botellas de vino que guardaba para una ocasión especial. ¿Y qué mejor ocasión que esta? Nadie podía asegurarnos que fuéramos a reunirnos nunca más. Fumamos como si no fuéramos a estar de instrucción tres semanas haciendo ejercicio físico extenuante diariamente. Poco nos importaba en ese momento, la verdad. Fueron muchas risas recordando momentos alegres de nuestra adolescencia.
Cuando se acercaban las ocho de la tarde llamé a Alberto desde la cocina.
—¿Has podido traer eso? — Le pregunté directamente.
—Sí tío, tal y como habíamos hablado, aquí está— Dijo sacando unas papelinas del bolsillo de su camisa.
—Perfecto, comencemos — Dije ceremoniosamente mientras preparaba unos picos bastante cargados.
Uno a uno fui pasando los chutes a mis amigos. Todos sabían que había llegado el momento que tantas veces habíamos hablado. Nuestra intención era provocarnos una sobredosis letal de heroína para no tener que vivir los horrores de la guerra. Un primer y último viaje sin billete de vuelta.
—Todos a la vez, ¿de acuerdo? — Dije con tono autoritario.
Todos se pincharon…todos, menos yo. Fui demasiado cobarde hasta para eso.
Por eso ahora estoy en el frente escribiendo estas líneas como explicación de mi deshonrosa actitud para nuestros familiares. Lo siento.

