Aquel artesano veneciano me juró que aquella máscara era especial, no había dos iguales, no me encontraría en toda Venecia a ningún otro con la misma máscara, pero ocurrió algo inesperado…
La magia del carnaval había inundado Venecia, los canales, las plazas, los cafés… se habían impregnado de la magia de unos días en los que nada es lo que parece. El glamour y el misterio se dan cita en la ciudad más romántica, en la que los amantes acuden para amarse y las parejas pasean en góndola por los canales mas bellos y enigmáticos.
Sin embargo, yo camino solo por las calles de Venecia, esperando quizás que el amor se asome a mi corazón, tal vez tras el misterio de las máscaras se esconde el amor de mi vida. De pronto me cruzo con alguien, un hombre de mí misma estatura, y lo más sorprendente, con una máscara idéntica a la mía. Ambos nos miramos, sin duda habíamos sido engañados por aquel artesano. Seguimos nuestro camino, pero algo nos impulsa a volvernos, volver a mirarnos y deshacer nuestro camino. De nuevo frente a frente, como en un espejo, nos miramos sin hablar, intrigados por nuestra identidad, queríamos saber, pero no conocer. Comenzamos a dar vueltas el uno sobre el otro, como en un baile de máscaras infernal, un baile sin palabras.
Al mismo tiempo, llevamos nuestra mano derecha a la máscara, nos da miedo quitárnosla, pero lo hacemos. Descubrimos tras la máscara el mismo rostro, los mismos ojos, la misma nariz, la misma boca… éramos nuestro propio reflejo, una única persona.
Aquel artesano no nos había engañado, aquella máscara era especial, mágica. Tenía la facultad de hacer que me viera a mi mismo, solo, caminando por las calles de Venecia
El giro final es brutal.
Es bueno mirarse a uno mismo!
Enhorabuena paisano.
Saludos Insurgentes