Sawyer repasó de nuevo la carta con la que pretendía recordar a Ellen su promesa. Se rascó la cabeza, incómodo ante tal pensamiento. Su marcha hasta los confines del mundo tenía como finalidad encontrar unas malditas pepitas de oro con las que poder labrar un futuro, lejos de la miseria que siempre habían conocido.
Dobló con cuidado la hoja, regalo de su compañero de faena. Ellen apenas sabía leer, incluso se burlaba de él cuando se peleaba con el enorme libro repleto de letras que el profesor le había dejado para aprender. En su pueblo, todos decían que Ellen era bonita; tenía unos enormes ojos azules, piel nacarada y rizos rubios que le enmarcan el rostro. Sawyer, que había crecido en una sucia cabaña repleta de agujeros y suciedad, asumió que así era, aceptó ser su novio, cuando ella se presentó en su casa con esa idea. Incluso se enroló en la caravana para marchar a la mina de oro. En el baile que se organizó aquella misma noche, ella le llevó a la pista y, entre vuelta y vuelta, le informó que aceptaba su propuesta de boda, una que ni su más osada versión habría elaborado, pero Ellen no necesitaba sus palabras, ella siempre marcaba el paso y él se dejaba llevar.
Desde el día de la despedida, su imagen había empezado a desdibujarse, al tiempo que su voz se apagaba. Empezaba a olvidarla. Así que escribió la carta para recordarla, y terminó reinventando la historia de los dos, la que le gustaría que fuera real. Metió la carta y cerró el sobre, mojó el sello con la lengua, pegándole con delicadeza. Notó el sabor de almendras amargas tarde. Intentó levantarse y escupir el veneno, pero fue incapaz, cayó a plomo, recordando los suaves rizos de Ellen.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes