De madrugada, se yergue como un vigoroso resorte sobre la cama. Encuentra el botón de la lamparita, pero no se enciende. Comprueba que el móvil, aun conectado a la red, está apagado. Se levanta, extrañado, y pulsa el interruptor...sin que la bombilla responda. Maldice y acelera el paso, yendo a palpas. Para vencer al olvido, empieza a hablarse:
—Elena decide acercarse al muelle y esperar a que Tomás aparezca. Está convencida de hacerlo ese día…
Cuando encuentra el ordenador portátil observa el testigo parpadeante, indicando falta de batería.
—Ese día, Elena no dejará escapar la oportunidad de...
Empieza a revolver los cajones buscando un bolígrafo. No recuerda la última vez que escribió a mano. Da con una linterna, una libreta con las páginas amarillentas y una estilográfica...sin recambio.
—No, no, no.
De pronto le viene la imagen de Cervantes en actitud de escriba.
—¡Claro!
Se dirige al desván repitiendo la escena que aflora de su cabeza. Abre un baúl polvoriento y saca cuanto se interpone, hasta que encuentra un estuche con la pluma de cisne de su padre. Termina de registrar el arcón, contrariado:
—¡Maldita sea! ¿Y el frasco de tinta?
La escena del final de su novela parece desvanecerse hasta que le viene una idea.
—¡Funcionará!
Acude al baño con todo lo encontrado. Del botiquín extrae una jeringa. Se golpea la vena que recorre la parte inferior del codo y, con la linterna en la boca, hunde la aguja bajo la piel. Cuando llena todo el tubo, vierte el líquido en un vaso, empapa la pluma y escribe, con caligrafía ininteligible. Cuanto más redacta, mayor inspiración. Termina el vaso y vuelve a extraer sangre. Cada vez le cuesta más pero nada lo para. En el momento de poner punto y final a su obra, deja caer la pluma, la linterna y la jeringa.
Extenuado, pierde la conciencia, con una inmensa sonrisa póstuma.
Hasta la última gota de sangre en el empeño de finiquitar su novela.
Me ha encantado, enhorabuena
Saludos Insurgentes
Buen relato, Jose