Es pedante, arrogante, insoportable y con un punto chulesco que provoca rechazo hasta el inicio de su descripción, pero qué queréis que os diga, a mí me cae bien. Ha deshecho tantas camas y bajado tantas escaleras que ni él mismo es capaz de recordar el primer escarceo por más que se empeñe en tratar de olvidar el último. Porque ella es dulce, generosa, emprendedora y, sobre todo, tiene ese punto de carisma literario que provoca la necesidad imperiosa de una nueva línea y la obligación moral de una nueva página.
¿Cómo conseguir que este choque de trenes no termine con un descarrilamiento? Lo que realmente deseo es que ella sea libre, viaje, sueñe y vuele sin fronteras mientras que él siga rompiendo corazones al tiempo que cose el suyo con el hilo del olvido y rasga su voz con la tijera del desdén. Mientras ambos fingen felicidad irán encontrando su lugar en el mundo a partir de un último beso una terminal de aeropuerto vacía junto a una maleta cargada de reproches.
Pero es una novela romántica, me recuerda la editora. Hubo un día en el que le dio por abrir mis elucubraciones en la red y, después de cruce de correos electrónicos, me propuso un trato; tú me escribes una novela de amor y yo te hago rico. Así que, por un puñado de euros, voy a vender mi dignidad a una docena de adolescentes que, con la lágrima en el rabillo del ojo y el deseo en la punta de la lengua, estarán deseando vivir su final feliz en una última escena en la que el avión vuela sobre sus cabezas y ellos regresan al mundo sin maleta, sin sueños y sin demasiados reproches.
Lo que tengo claro es que lo dejes a tu elección, escribes maravilloso compañero.