Domingo Bkwsk

«Revólver»

954 palabras
7 minutos
79 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😨 Cuenta la historia de un escritor o escritora atormentado por su miedo a fracasar.

Llevaba todo el día durmiendo, y, llegadas las tres de la mañana, me invadió un ardor que me exigía levantarme a escribir, levantarme de nuevo a escribir sobre viejos amores, peleas o discusiones con la gente de este horrible mundo. Me senté en mi silla roñosa, estaba bastante malgastada por el tiempo y el mal uso, pero era una silla al fin y al cabo. Me aproximé a la mesa de madera donde tenía la máquina de escribir e intenté escribir algo. A los diez minutos de quebraderos de cabeza y falta de inspiración me levanté, encendí un cigarrillo y me serví un vaso de whisky, dejando la botella y el paquete de tabaco en la mesa. Entonces, escribí unas primeras palabras, “La vida…”. Después de la primera copa había completado aquella primera frase... “La vida no castiga solo dos veces.”. Ya por el segundo cigarrillo y la primera copa, la noche empezaba, una de las tantas noches que he pasado de la misma manera. Noches que realmente nunca olvidaba y donde sólo hacía que repetirme las mismas palabras de distinta manera. Una vez terminada la botella, ya estaba entrando en mi salsa, pero sentía la necesidad de bajar a comprar un par más y alguna que otra cerveza, me había cansado del tabaco. El farolillo que tenía al lado me ayudaba a concentrarme, pero le empezaba a faltar aceite, así que no era mala idea salir a la calle a buscar unos cuantos suministros. Salí a la calle dando tumbos, sabiendo cual era el destino final, sabiendo que acabaría en un bar de mala muerte hasta las seis de la mañana, momento en que volvería y seguiría escribiendo acerca de mi horrible vida, de cómo todo me da realmente igual y de cómo me molesta la realidad. Quizás me encontraría al viejo vagabundo Jerry y le invitaría a una cerveza juntos. 

Volví a las seis de la mañana, no tenía aceite para el farolillo pero si el alcohol, además, ¿para que me hacía falta el aceite?, ya estaba saliendo el sol y solo tenía que forzar un poco la vista. Conocía muy bien cada una de las teclas de esta preciosa máquina que tantas alegrías me ha dado, que tantas veces me ha salvado de todo. Las palabras fluían solas, como cada una de los demás días. Malas palabras, para describir una mala vida, donde todo lo que uno hace lo hace mal:

“La vida no castiga solo dos veces. Cada momento en que no tomo algo, me siento infeliz, que la vida no merece la pena, todos los domingos me acabo despertando a las siete de la tarde por escribir, todos los domingos necesito desfogarme de hipocresía, egoísmo y amor. Todos dicen que deje de beber, que deje de escribir, que no me hace bien, pero ninguno viene a las tres de la mañana. No los necesito de todos modos, nunca serían capaz de hacerme sentir algo más allá que asco. Nunca se han dedicado plenamente a la felicidad, siempre la han exigido como un derecho e intentado quitársela a los demás.”

Al rato, saqué con cuidado esa hoja, abrí otra botella y comencé a llorar; de nuevo encendí otro cigarrillo y traté con todas mis fuerzas de guardar dentro toda emoción que fuera inútil. 

“Nunca seré capaz de comprender por qué el mundo solo me castiga, por qué me pisa la mano cada vez que intento arreglar algo. Fui a apuntarme a ese club de desintoxicación, pero me sentía demasiado fracasado para ir; que todo mi sufrimiento es mío y solo mío, que me lo he ganado y merezco sufrirlo. Si te pidiera que me acompañaras, al menos hasta la puerta, ¿lo harías? Obviamente no, este viejo ya no tiene salvación, ya no vive en el infierno, ya es el infierno, y ni mil años de rezos serían capaz de desviarme del camino.”

Me levanté y me asomé a través de la ventana por unos quince minutos, veía familias paseando con sus hijos, palomas que picoteaban el asfalto en busca de alguna miga de pan... Ver tantas parejas paseando me abrumaba, empezaba a sentir un cosquilleo en la garganta, con un  poco de ardor. Corriendo llegué al baño, vomité por unos veinte minutos. Abrí una de las cervezas. Como cada noche, me sobraba una botella que serviría para el próximo día. Bebía la cerveza que entraba como si de agua se tratase, ya no lloraba. 

“Siempre que miro a los demás, pienso que mi infierno es un parque de bolas, donde un niño inmaduro se dedica a beber y fumar a las tres de la mañana con el fin de salvarse un poco de su mundo, de su cabeza.”

No hay que abusar de la escritura si uno quiere seguir atado a la vida real, así que me levanté, fui al baño y me lavé la cara, me senté en la silla y mirando atentamente a la máquina de escribir, guarde la botella de whisky y el paquete de cigarrillos. Junto al paquete de tabaco descansaba un viejo revólver que me recordaba cada uno de los días lo frágil que es la barrera entre la vida y la muerte.Me veía a mí, mirándome al espejo, sintiendo el cañón del revólver en mi paladar superior, y pensaba en mi padre. No podía aguantar la situación, pero mucho menos era capaz de acabar con ella, mi padre no tenía ninguna culpa, era solo víctima, mientras tanto, yo era víctima y causa de todos los males. Siempre he tenido miedo a librarme del infierno, al frío que se siente cuando el cañón te roza, a la libertad que se siente cuando tienes el dedo en el gatillo, al sabor metálico, a la muerte.

Domingo Bkwsk
Miembro desde hace 2 años.

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