He tenido cientos de maestros, en muchas etapas de mi vida. Pongo especial énfasis en lo segundo, porque soy consciente de que la vida viene marcada por etapas, y lo que en un momento determinado se percibe de una manera, años más tarde se puede percibir de otra totalmente distinta. Así pues, coincidí en etapas altamente receptivas con no más de cinco profesores, a los que admiré profundamente. A uno por su excéntrica timidez, a otro por su consagrada oratoria, a otro por su cercanía y transparencia, al cuarto por su respeto, y al último por su bien trabajada empatía.
Como profesor que he sido, mi mente ha volado miles de veces por los infiernos de la autoexigencia educativa, sintiéndome, en ocasiones, pieza de cartón en un puzzle multimedia, donde me era imposible encajar y sentirme bien al mismo tiempo. Pero hay personas cuya energía tiene una luz especial; ese tipo de luz que debe salir de su vitrina para llenar aulas y ayudar a entender los «porqués» de la vida. La tarea es ardua cuando el sistema —por su inercia descabellada— pone piedrecitas creando un alto muro, por donde es difícil que la creatividad salte.
Y es cuando una chica morena de pelo corto, risa genuina y compromiso ilimitado se lleva a los alumnos al gimnasio para enseñar «gramática en movimiento» , o les plantea retos léxicos que rompen con todos sus esquemas.
Ella se colocó delante del muro y entendió que en lugar de saltarlo debía colarse entre las rendijas, para inundar la otra parte del muro con un halo de luz. Paradójicamente yo no la he tenido como profesora, fundamentalmente porque es unos años más joven que yo. Pero estoy seguro de que, con maestros como ella, terminaremos tumbando los muros y derribando cientos de barreras.
Miembro desde hace 3 años.
54 historias publicadas.
El futuro generacional tiene futuro, hay que confiar en ellos.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes