«Sé amarte»

Agradecí tener tantas velas encendidas a lo largo de la habitación, Daniel me había dicho hacía dos minutos que se encontraba ya en mi portal, por lo que ya debía estar llegando a mi planta. Efectivamente, segundos después escuché como alguien llamaba a la puerta, agarré una vela y fui a abrirla.
-Menos mal estás bien, temía que te hubieras tropezado con algún escalón -bromeé.
-He utilizado la linterna del móvil -explicó entre risas-. Por primera vez voy a agradecer que tu edificio no tenga ascensor.
Descorrí las cortinas para darnos una vista de la ciudad. En contraste con el mar negro que se extendía ahora a nuestros pies, el brillante cielo plagado de estrellas se llevaba toda la atención.
-No me había fijado en lo bonitas que son las estrellas.
Daniel asintió como respuesta. Siempre pasaba lo mismo, nunca hablábamos.
Lo peor de todo era que solo yo trataba de esforzarme por pasar este bache, él solo asentía, simplemente asentía. Sin embargo, aquel día me cansé, como la electricidad aquella noche.
No sé cuantas horas pasamos en silencio.
-Oye, si no sabes que hacer mejor me marcho -soltó.
Noté como aquellas palabras, afiladas como un puñal, herían mi corazón, lo atravesaban.
-Pues vete, es lo que mejor sabes hacer -dije sin apartar la mirada.
-¿Y qué sabes hacer tú? -espetó.
Más puñales, más afilados, más hirientes.
-Sé organizar citas para que pasemos tiempo juntos, sé ir a ver el fútbol contigo para verte ilusionado, sé ir sola de compras porque tú no quieres acompañarme, sé escribirte poemas, sé llevarte la comida al trabajo y sabes qué más sé -dije con lágrimas en los ojos-, sé amarte, cosa que tú pareces haber olvidado.
Y así acabo la noche en la que lo perdí, pero me encontré.