«Se olvidó»
Había escrito, revisado, corregido; había reescrito, nuevamente revisado, de nuevo corregido; había contratado un corrector, una portadista y un maquetador y, al fin, había llegado el día en el que su primera historia viera la luz.
La publicó en una de esas plataformas que dan acceso a escritores autopublicados pues él no aspiraba a firmar un contrato con una editorial o a ganar dinero con sus historias, solo quería ser leído.
Las horas transcurrieron de manera impaciente hasta que el libro apareció publicado y entonces se hizo patente ese miedo oculto que, hasta ese momento, había mantenido a raya llevado por la ilusión de publicar: ¿y si nadie le leía?
Cada diez minutos pulsaba el botón de refrescar para ver si tenía alguna venta, alguna lectura, algo con lo que calmar esa ansiedad que le provocaba que le leyeran.
Viendo que eso no hacía más que aumentar su ansiedad, que por mucho que pulsara el botón no aparecía ninguna venta, se fue a sus redes sociales con la intención de anunciar a todo el mundo el lanzamiento de su libro. Publicó en Facebook, en Instagram, en todas las redes sociales a su alcance, pero el resultado fue desesperante nadie parecía mostrar ningún interés por su libro.
Sí, alguna venta llegó, pero nada significativo. Amigos, familiares... y que le leyeran fue convirtiéndose en una mayor obsesión.
Siguió publicando anuncios, contratando marketing, poniéndose en contacto con todo aquel que pudiera estar interesado en leer su historia, pero nada, las ventas no terminaban de llegar y su ansiedad iba en aumento.
Cada mañana miraba si había vendido algún libro y al no encontrar ninguna venta se enfadaba, maldecía y regresaba a esas redes sociales a pedir que alguien le comprara un libro, pero cada día se levantaba con menos ánimo, con menos fuerzas y sentía que nadie iba a leer lo que tanto esfuerzo le había costado escribir.
Una mañana, ya pasados unos meses después de que su primer libro saliera a la venta, ni siquiera miró si había vendido un libro. Ya sabía la respuesta. Llevaba días sin anunciarse, semanas sin que nadie leyera ni una sola página de su historia, y entonces desistió. Estaba claro que nadie iba a leerle nunca.
El miedo y la ansiedad por no ser leído le hizo olvidarse de lo único imprescindible para que te lean: se olvidó de escribir.
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