—¡Tío Filo! Ya estoy en casa.
—¡Baja Laura, estoy en el sótano!
Laura sortea un par de obstáculos del suelo hasta llegar a lo que podría ser su tío de espaldas sin cabeza.
—¿Qué estás haciendo? ¡Sal de ahí por favor!
Filo retrocede como una avestruz sacando el pico del agujero, con destornillador y alicate en mano, de lo que parece una vieja estufa de leña.
—Termino y estoy contigo…
—Tic, tan,...pii—Se apaga la luz, se escuchan simultáneos pitidos de aparatos eléctricos apagándose.
—¿Qué has hecho tío?
—Créeme, yo no he sido. Espera, no vayas a tropezar. En dos minutos se encenderá el equipo de emergencia. Ya ha llegado.—Termina sentenciando con tesón.
—Otra vez con lo del apagón...creo que te estás pasando.—contesta con un suspiro.
—Pii, tan, tic...—La luz, y los pitidos hacen volver a la normalidad.
—Vamos, subamos arriba, coge las velas y las cerillas, apaga todas las luces.
Filo se acerca al cuadro de la luz. Abre la caja secundaria que él mismo instaló para comprobar el circuito de energía almacenada gracias a las placas solares: está activo.
—Mira tu móvil Laura, ¿hay conexión?
Filo se apresura a buscar en un cajón. Saca un transmisor para conectarse:
—Mariel, ¿me oyes?
—Tío no tengo conexión…
—Lo imaginaba, a ver si tu madre contesta. Mariel, soy Filo. ¿Sabes si lo conectó como os expliqué?
—...sí, ella lo conectó a pesar de nuestras burlas. Perdona tío.
—¡Vaya! Papá tampoco me creía, ¿no? Ja, ja, ja. Pues menudo rollo se tiró el otro día alabando todas mis pericias para subsistir sin luz. ¡Qué hipócrita!
—Filo, ¿me oyes? No hay luz, todos los vecinos...
—Tranquila. Activa el generador, enciende velas y apaga todas las luces. Tenemos que pasar desapercibidos. Seamos prudentes.
¡Ou yeah, Celia!
Saludos Insurgentes