Pedro Gálvez Rando

«SECRETO DESVELADO»

500 palabras
4 minutos
7 lecturas
La última confesión: Un anciano en la España contemporánea, que fue niño antes de la Guerra Civil, escribe sus memorias. Reflexiona sobre la historia de un amigo de la infancia, explorando temas de culpa, perdón y la complejidad de la memoria histórica.

Cuando eres joven, nada tiene más importancia para ti que lo que sientes, que lo que quieres. En este caso, Alicia era lo que yo más quería.

Todas las tardes, Alicia, Jaime y yo íbamos al río, donde pasábamos horas, compartiendo risas, juegos en el agua y confidencias, las cuáles son muy peligrosas usadas en un momento de insensatez.

Desde hacía años, era habitual ver cómo algún vecino del pueblo desaparecía de la noche a la mañana y no volvía a saberse sobre él. Eran tiempos en los que la sombra de la Guerra Civil planeaba sobre todos y cada uno de nosotros. Nadie estaba a salvo.

Recuerdo ver a Don Esteban, maestro de escuela, travestirse para poder ir a ver a sus hijos, y correr hacia la montaña después de esas visitas, para malvivir en algún escondite en la sierra.

Como Saúl, un anciano que nada entendía de política, huyó aterrorizado al saber que en los pueblos cercanos estaban asesinando a hombres.  Ese miedo a pensar que podía ser el siguiente fue su perdición, y terminó siendo fusilado al pensarse que era un enemigo del régimen.

Además de las historias de Don Esteban y el anciano Saúl, yo también sabía que Don Alfredo, el padre de Jaime vivía escondido en un falso desván desde hacía años, tantos que ya casi había sido olvidado por el pueblo. Todos pensaban que Doña Elisa había rehecho su vida con otro hombre. Otro hombre, que no era más que un pobre muchacho asustado, que fingía esa relación con una mujer, para que sus verdaderos deseos pudieran quedar ocultos.

Mi miedo fue diferente al de todos ellos, pero igualmente destructivo.

Aquella mañana se me hizo tarde ayudando en la pequeña ferretería de mi tío Luis, y al llegar al río vi como Alicia y Jaime tumbados en la orilla, se besaban. Ese instante quedaría  grabado para siempre en mi alma, y no porque como adolescente, creí que era la traición más grande que iba a vivir, si no por la oscuridad que terminó desatando a mí alrededor.

Tras ver cómo se besaban, exageré el ruido de mis pisadas y me planté delante de ellos como si no hubiera visto nada. Ellos también actuaron como si nada hubiera ocurrido y jamás se habló sobre ello.

Esa misma tarde fui testigo de cómo fusilaban a los padres de Jaime.

Los días siguientes Jaime no volvió a aparecer ante el río que tantas veces fue testigo de nuestra amistad.

Como os imagináis, queridos hijos,  Alicia y yo fuimos acercándonos más con el paso de los días, hasta terminar formando nuestra familia años más tarde.

La culpa me acompañó desde esa tarde que vi morir a Don Alfredo y Doña Elisa, y nunca me ha soltado. Incluso hoy, que ya mis fuerzas se agotan, la sigo notando formar parte de mí.

Hoy, que siento que abandono por fin este lugar, mi egoísmo por deshacerme aquí  de esa culpa, hace que deje escritas estas líneas que ayuden a redimirme.

Pedro Gálvez Rando
Miembro desde hace 2 años.
41 historias publicadas.

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N. de la Flor Ruiz
12 feb, 07:31 h
¡Ostras!
Pedro Gálvez Rando
12 feb, 21:37 h
Espero que signifique que te haya gustado Noelia! Un saludo
Carolina Gilbert
12 feb, 11:13 h
Qué historia tan dura. Muy bien escrito.
Pedro Gálvez Rando
12 feb, 21:36 h
Gracias por comentar Carolina! Saludos
elinsurgentecalleja
01 mar, 21:20 h
Magnífico relato compañero!!

Historia cruel y llena de tristeza, con un giro final espectacular
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes
Pedro Gálvez Rando
01 mar, 22:57 h
Gracias por el comentario compi!
Saludos!!
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