Conseguí una vieja P.C. con Windows 98, el 10 de Octubre del 2010. Una semana después, la arrojé la basura y esto, que puede parecer poco importante, también es casi increíble.
Cuando comencé a esbozar mis primeros cuentos e historias de escritor aficionado, lo hacia en forma manuscrita, en borradores que se llevaban horas de mis noches y con luz escasa, el brillo de mis ojos cansados. Mi esposa, fiel y devota silenciosa de aquellos oscuros escritos, consiguió en una feria de trueques, esa antigua computadora para mí, en pleno auge de otros muy adelantados dispositivos móviles. Pero que igual me servía magníficamente para los propósitos futuros. Yo sabía que aquella máquina usada, podría tener algunas fallas. Un teclado con teclas que se pegotean, un espaciador roto...
La mía, padecía un extraño mal. Apenas comencé a usarla, todo se me hizo más prolijo y práctico. Al mismo tiempo, no dejaba de garabatear el resto de mi novela con bolígrafo y en un bloc de notas. Fijando ideas nuevas y personajes más macabros, los que en el tercer capítulo, se negaron a avanzar. Tal como lo escribo y tú lo lees. Ocurrió la primera vez, unos días después de haberme acostumbrado a esta tecnología. Eran las once de la noche, luego de precisar la acción y los escenarios, tecleando frenéticamente, no pude continuar, por el dolor de cabeza y el hormigueo en mis ojos. Dejé todo para el día siguiente. Al tratar de releer en la pantalla del monitor, el cuarto y quinto capítulo, me encontré únicamente con el tercero. En las hojas de mi bloc borrador, figuraban las correcciones necesarias, frases tachadas, párrafos rehechos y la salvedad en una esquina de las hojas de que ya el texto en cuestión, había sido subido a la computadora. Al parecer, no se grabó, quizás no guardé bien lo escrito. Sin embargo, yo estaba seguro de haberlo "pasado".
A duras penas, releí otra vez los capítulos, pero, desconcertado, creí mejor comenzar de nuevo cuando se me pasara el enojo conmigo mismo. Fue inútil. Al día siguiente me ocurrió lo mismo y esa tarde, también. Subía lo escrito a mano y lo guardaba en mi maquina, horas después, al querer retomar lo escrito, sólo estaba en la memoria de aquella maldita P.C., el tercer capítulo...nada más. Consulté durante dos días a un técnico. Este la revisó minuciosamente, inclusive escribió algunas frases y horas después agregó otras, todo muy normal. Técnicamente estaba perfecta, quizás yo no lo hacía bien. Probamos y efectivamente, mis escritos, mi novela, no pasaba del tercer capítulo. Ni aún cuando el extrañado reparador lo intentó. El cuarto y quinto capítulo no se grababan. Mi futuro como escritor se había estancado en el tercer capítulo. Ningún editor me creería. Ni yo mismo. Ni mi esposa que al principio, se reía y luego se asustó.
Desarmé la computadora y quedó escondida en un rincón del garaje, con otros trastos viejos. Charla y disgusto mediante con mi esposa, surgió allí que quién se la había vendido en la feria, seguro conocería a su antiguo dueño, quién a su vez, quizás sabría porqué no grababa bien ó cómo hacerla funcionar mejor. Nos enteramos así, que perteneció a otro escritor con veleidades similares a las mías, quién, obsesionado y terco, creyó poder torcer la aparente "voluntad propia" de la demoníaca máquina, tratando de repararla mil veces y lo que es peor aún, queriendo comenzar una y otra vez un "cuarto" capítulo de su inconclusa novela...
Fastidiado, nervioso, paranoico, acosado por las deudas y su editor, quién al final se hartó de sus "estúpidas excusas" y le abandonó a su suerte, se refugió en consejos de médiums y curanderos. Llevado al borde del desquicio, una noche de Octubre, se suicidó, sin haber terminado su pretencioso escrito, del cual se encontraron decenas de ellos, garabateados en papeles viejos, cartones, diarios y hasta en las paredes de su propio cuarto con pintura de diversos colores. Todo sucio y salpicado con ¿sangre...?
El encabezado decía "Tercer Capítulo". Nunca se supo en realidad si lo que aquel escritor quiso expresar, era de buena calidad literaria. La policía se llevó todas las hojas, sin clasificarlas, a fin de guardarlas como parte de las pruebas y usarlas en encontrar razones a tamaño horror. Precintadas prolijamente, desaparecieron la noche siguiente de los estantes del salón de evidencias en el Destacamento Policial. Nunca se volvieron a encontrar...hasta hoy. Acabo de imprimir copias nuevas de ellas antes de deshacerme definitivamente de la vieja computadora, la cual miro a veces, sucia en un rincón y a la que quisiera reparar. Darle algo de vida. Pero tengo miedo. No sé qué hacer con este "Tercer Capitulo". Ni siquiera me atrevo a leerlo.
Es muy fácil entrar a la locura, lo difícil es tratar de discernir luego, cuál es la salida.