«Si hay un motivo»

Juan no era un músico virtuoso y ni siquiera tenía buena voz. Cuando cogía su guitarra -siempre en casa debido a su timidez patológica-, hacía sonar algunos acordes simples y cantaba emocionado letras de su propia cosecha. Era tímido, pero soñaba con ser una estrella de la música. Más que soñar, creía que aún era posible. Sabía que no entonaba bien, que se equivocaba constantemente con las posiciones de la guitarra, que no tenía carisma y que a sus casi cuarenta años ya no era un joven que pudiera poner patas arriba el mercado de la música. Aún así, creía que era posible. "Aquiles logró la inmortalidad, la fama eterna", pensaba algunas veces. Le gustaba tomar al Pélida como inspiración, más que a artistas míticos como Michael Jackson o los Beatles.

¿De dónde provenía su fe? Se fundamentaba en una canción que había escrito, una que consideraba fruto de la inspiración de las musas. Había conseguido meter la mano en el cielo de las grandes canciones y coger una. "Cuando la vida termina aún quedan motivos", "las verdades se muestran en sitios casi vacíos...". Era triste, nihilista, pero cantarla producía el efecto contrario, llenaba el alma de vitalidad para afrontar la vida.

Unos años más tarde, ocurrió. Ochenta mil personas cantando en unos de sus conciertos; una familia tarareándola en el coche; un joven emocionado con los auriculares puestos  mientras hace deporte. "El hombre sufre tanto dolor", "de cerca mengua mi imaginación", "hay tantos dilemas sueltos", "¿por qué necesitamos calor?". "Si hay un motivo" se había convertido en un clásico.