Siete de la mañana. Como cada día ella sube la persiana de la cocina, toma una taza de la armariada, la llena de leche y la mete en el microondas. Todavía no ha salido el sol. Es otoño y unos nubarrones ciernen el oscuro cielo.
Siete de la mañana. Sube la persiana vestida con un albornoz color naranja, su pelo está envuelto en una toalla del mismo color. Es diciembre y hace frío. Coge la taza humeante con las dos manos y se acerca a la ventana. La noche esta todavía cerrada pero ella tiene que salir a trabajar.
Siete de la mañana. Se acerca a la ventana, está entre abierta dejando pasar el relente de la noche. Oye el sonido de las golondrinas que comienzan su agudo piar con la salida del sol. Allí está él como cada mañana, al otro lado de la calle detrás de la pantalla del ordenador. La mira, lo mira, se sonríen. Coge su taza de café con leche y se queda mirando el infinito mientras el sol deja verse por completo.
Siete de la mañana. Tan puntual como siempre calienta la taza de leche, sube la persiana esperando ver salir el sol. En la ventana de enfrente no hay nadie, tan solo una mesa vacía con un viejo ordenador. Siente unas manos sobre su cintura y un beso en el cuello, cercano a la nuca.
-Buenos días mi amor – le susurra una voz de hombre al oído.-Buenos días – contesta ella mientras se gira para besarle su carnosa boca.
-Creo que hoy acabaré mi libro- afirma el escritor que se escondía tras aquella ventana.
-¿Volverás? - pregunta ella a sabiendas de que no lo hará.