El otoño estaba entrando en la ciudad cautelosamente. Sin hacer ruido, en silencio, a ratos se pronunciaba y a ratos era indiferente. Solo había que esperar, era cuestión de no tener prisa porque estaba por llegar. Se levantó temprano esa mañana gris y salió a la calle a correr un rato ya que era su forma de enfrentar el día. Se cargaba de energía para inspirarse y seguir escribiendo su novela. Se dirigió hacia la misma calle por donde solía salir casi siempre y tuvo la sensación de que había algo distinto en los olores, en los colores, en los sonidos… incluso en el aire. No sabía qué era, pero él mismo se sentía diferente. Seguía corriendo sin parar, una pisada, otra pisada, otra, otra, otra… y cada vez se encontraba más extraño dentro de su propio cuerpo. Empezó a sentir cómo sus piernas no le obedecían, como si fueran independientes a sus órdenes y actuaran por cuenta propia. Su mente le decía que parase un rato para descansar y beber un poco de agua, pero su cuerpo avanzaba autónomo, como impulsado por una inercia incapaz de frenar. ¿Qué le estaba pasando? ¿qué era todo eso? Seguía corriendo por la interminable calle cuando se miró las manos. ¡No eran las mismas! ¡no eran sus manos! Por acto reflejo se miró los muslos, las rodillas, la piel… ¡no los reconocía!
El corazón se le salía por la boca y no entendía nada. Volvió a mirar sus manos, sus piernas, a tocarse la cara y el pelo… y seguía sin reconocerlos. Llegó a la conclusión de que ese cuerpo no le pertenecía, no era el suyo. Giró hacia su derecha y no vio un socavón en el asfalto que lo hizo tropezar. Cayó rodando al suelo hasta que se detuvo quedando boca abajo. Estaba solo, no podía pedir ayuda a nadie, no llevaba móvil, las rodillas le sangraban y sentía dolor en un tobillo. Totalmente aislado en aquella carretera, no pasaban coches, no había nadie más. Se levantó con mucho esfuerzo siguiendo sus pasos para regresar a casa. Las casas y comercios eran los mismos de siempre, todo estaba en su lugar, lo único distinto era él mismo. Una fina lluvia comenzaba a caer. No cogió paraguas ni chubasquero cuando salió, tampoco le preocupaba el tiempo en ese preciso momento. Al cabo de un buen rato llegó a casa calado hasta los huesos y muerto de frío. Fue directo a la ducha para quitarse la sangre de sus piernas e intentar entrar en calor. Se vistió, se tumbó en el sofá, se preparó una tila para relajarse un poco, aunque fuera difícil en medio de aquella situación. Pero cada vez estaba más asustado y nervioso. Seguía sin reconocer su cuerpo y no se atrevía a ponerse frente a un espejo por si no reconocía su cara. Fue hacia el cajón de los medicamentos para buscar algo que le calmara. No encontró nada que le sirviera por lo que decidió ponerse música ya que normalmente le ayudaba. Buen rato después se quedó dormido en un profundo y reparador sueño. Después del sueño no recordaba nada de lo que le había sucedido por la mañana, todo seguía igual, pero tenía una herida en su rodilla que no sabía cómo se la había hecho.
Pasaron unos días y el otoño se había manifestado por completo.
Acudió a su médico, apenas había podido dormir con pensamientos recurrentes que no le dejaron descansar. Pensó que se estaba volviendo loco cuando le comunicaron que todo estaba perfecto, que ninguna de las pruebas realizadas mostraba nada anormal. Se quedó más tranquilo pensando que todo habría sido un simple lapsus o un despiste y trató de seguir con su vida olvidando lo sucedido.
Pasaron los días y el invierno empezaba a hacerse notar. Ya no salía a correr por las calles debido al frío, casi todos los días llovía y solo se dedicaba a escribir. Quería dedicarse solamente a descansar y a terminar su novela.
Tenía su novela casi terminada, estaba ultimando los detalles del final, no se decidía por un final abierto o cerrado. Si todo iba bien la presentaría en un par de meses. Se dedicó por completo a su pasión y terminar su libro se convirtió en una divina obsesión que le ocupaba la mayor parte de las horas del día. Cumplió con todos los plazos y la editorial hizo su trabajo. Estaba todo listo para su presentación. Había invitado a algunos clientes y varias amistades.
Llegó el día previsto para el acto, un lunes a las siete de la tarde del mes de marzo. Estaba muy ilusionado y sorprendido cuando vio la librería llena de público haciendo preguntas sin cesar y comentarios muy interesantes. Cuando estaba a punto de concluir el acto, se le acercó uno de sus conocidos y le pidió que le dedicara el libro. Se sintió muy halagado y le escribió en la contraportada un par de frases y se lo firmó.
Terminó todo muy satisfactoriamente por su parte descansando esa noche como hacía mucho tiempo que no lo hacía. A la mañana siguiente acudió al trabajo como un día más. Se le acercó el cliente al que la tarde anterior le había dedicado su novela preguntándole que porqué le había firmado el libro la tarde anterior con otro nombre.
Cogió el libro con las manos temblorosas, lo abrió y efectivamente había una dedicatoria firmada con un nombre y apellidos que no eran los suyos. Era su letra, de eso no tenía duda, pero ¿qué le estaba pasando? ¿quién era realmente?
Él no usaba seudónimo y menos un nombre y apellidos que no conocía. Necesitaba sentarse, empezaron a sudarle las manos, le faltaba el aire, la vista se le nubló y sus piernas no le respondían.
Cayó al suelo totalmente desplomado sin parar de repetir que ese no era su cuerpo antes de morir.