«Sofonisba»

Los ojos rasgados de la chica de los dedos manchados se posan en los míos. /
¿De dónde vienes, amiga? Quizás ha sido largo tu camino, como el mío lo fuera hace cientos de años. Quizás te sorprenda encontrar a una chica parecida a ti en el templo de los artistas sublimes. Lee las cartelas y aprenderás mis méritos. O, simplemente, mira los rostros de mis retratados, descubre en ellos la confianza con la que posaban ante mi lienzo. /
Era tan joven como tú cuando me trajeron a esta ciudad para acompañar a una niña francesa que venía a ser reina. Con mis pinceles y sus sonrisas dimos color a una época de guerras y lutos, a una ciudad apagada. Pero la historia no nos dedicó el capítulo que merecíamos. Isabel murió muy pronto y yo regresé a mis tierras italianas. Dejé en Madrid, colgados en estancias palaciegas, retratos de mi reina y su familia. Pero no dejé mi firma. Las mujeres no contábamos como artistas ni creadoras./
Mis cuadros fueron entregados a este museo cuando lo inventó otra reina Isabel, portuguesa esta, y se colocaron entre los de los pintores de la corte hispana de mi siglo. Mi nombre no figuraba. Nadie se acordó de mí. Hasta muy reciente fecha./
Y ahora estoy aquí, alabada y expuesta, desplegadas mis obras por las paredes. Tal vez me han traído para que compruebe, con estos ojos redondos que se clavan en los tuyos rasgados, que los retratos que pinté hace cinco siglos ya lucen mi firma. /
Tal vez me han traído para encontrarme contigo./
Sigue pintando, amiga, cuando regreses a tu tierra. Pinta para mí, coge el pincel con tus dedos manchados y pinta para todas las mujeres cuyos cuadros todavía no han salido del desván del olvido./