«SU CORREDOR DE LA MUERTE»
En el corredor de la muerte todo es monotonía, la esperanza hace tiempo que se desvaneció entre juicios de valor ajenos.
Los días de los presos pasan sin demasiado alboroto, y yo su carcelero, en muchas ocasiones dejo volar la imaginación y me pongo en su piel. Qué pena no tener ya ninguna meta, qué dolor no encontrar ya ningún sentido a la vida…
Soy su carcelero, pero también persona. Hago mi trabajo lo mejor que sé y “los de arriba” no tienen queja alguna. Me considero un gran profesional, pero tengo un punto personal que no me deja evadirme del sufrimiento de los que se encuentran detrás de esas rejas.
Hay algo en uno de ellos que me atrae sin remedio. No sé si será su personalidad, su mirada profunda o su media sonrisa algo familiar, pero no puedo evitar sentir un “no se qué” dentro de mí que hace que me compadezca de ese hombre muerto en vida que atiendo a diario.
Es una persona que ha sido grande en su vida anterior, un profesor de ciencias con buena reputación en la facultad donde daba clases. Bien mirado por sus compañeros de profesión y por sus propios alumnos. Un hombre que un día quizás erró, se dejó llevar por sus más bajos instintos, y que le condujeron a pagar por lo que hizo con el más duro castigo, la muerte, y antes de que llegue ésta, la espera infinita en una celda aislado del mundo.
Yo reconozco que no puedo conocer su historia tal como sucedió, pero tengo mi opinión subjetiva de cómo la suerte le jugó una mala pasada y pagará en breve ese infortunio con su vida.
Lo alimento, lo vigilo, le doy en ocasiones el soporte emocional escaso que me permite mi posición, y él con una media sonrisa sé que me lo agradece, y a mí con eso me basta.
En su encierro lo veo llorar a escondidas un sinfín de noches, sin consuelo alguno…
¿Cómo se sentirá su familia? -me pregunto.
- ¿Sebastián? –le susurro en mitad de la noche. ¿Te encuentras bien? –le pregunto preocupado.
No para de llorar esta noche, algo debe rondarle que lo atormenta.
Sebastián tiene días y días, y este es uno de los malos.
No es capaz de explicarme que le aflige. Entiendo que todo en sí lo martiriza en su situación, pero hay algo que lo tiene más preocupado de lo normal.
Acaba mi turno y me voy a mi casa a descansar. O mejor dicho, a mirar el techo del dormitorio sin poder cerrar los ojos, sin poder dejar de pensar en el dolor que debe sentir Sebastián y muchos de los que como él se encuentran prisioneros y sin futuro.
Y en una de mis cabezadas, en lugar de despertarme en la cama lo hago sentado frente a mi ordenador.
Aún algo confuso, recién salido del duermevela en el que me sumí, veo al otro lado de mi habitación la cama.
Una cama articulada, con todos los acoples necesarios, su carro elevador, una grúa justo al lado para movilizaciones y sus sábanas a medio planchar.
Duerme plácidamente en ella Sebastián, mi Sebastián.
¿Cuándo he cambiado la historia?
¿Cuándo me vi como uno de los protagonistas principales del relato?
Y allí me encuentro de madrugada, con la luz del flexo apuntando el teclado del ordenador, que se posa en el escritorio de madera gastada.
No era yo el carcelero, soy yo el escritor.
Era una ficción soñada, mi realidad es aún quizá más dolorosa.
Sebastián no es un preso ¿o sí lo es?
Vive encarcelado en su propio cuerpo, anclado en esa cama vacía, en ocasiones sin ganas de seguir viviendo.
Sebastián es mi hermano mayor, el que siempre ha admirado a mi yo escritor, el que siempre me ha apoyado y a confiado en mi talento.
Sebastián padece ELA (esclerosis lateral amiotrófica) en fase final. Es una enfermedad muy dura, degenerativa y de tipo neuromuscular. Provoca una parálisis muscular progresiva y es de pronóstico mortal.
Lo dicho, Sebastián no es el recluso que sufre en el corredor de la muerte, pero se encuentra en una situación muy parecida.
Prisionero de su enfermedad, padece el miedo, la incertidumbre y el dolor de ver como su vida se va apagando y ni él ni nadie puede hacer nada por evitarlo.
Y yo como cuidador principal, a veces me desespero, lucho día a día por darle los cuidados que necesita y el apoyo y cariño que merece, pero en ocasiones me parece que no le llego a ofrecer todo lo que él merece.
Un hermano, un amor incondicional y una manera de vivir con él su final, que me hace como escritor verme en deuda con su causa.
Por eso en esta madrugada fría, lo acabo de arropar, lo he besado y he vuelto a sentarme a escribir. Pero ahora dejaré la novela carcelaria que tenía entre manos, para volcarme en cuerpo y alma con otra causa.
Voy a escribir unas líneas, quizás unos párrafos ¿quién sabe?, puede que un relato.
Un relato en el que daré visibilidad a esta enfermedad con la que lucho codo a codo con mi hermano día y noche. Una enfermedad que golpea no solo a las personas que la padecen, sino también azota fuertemente a sus familias, que tienen que lidiar con los cuidados de sus seres queridos sabiendo que están dándoles la mano en el camino hasta su final.
Soy escritor, soy persona, a veces sueño, a veces vivo…
Pero en este momento, sobretodo vivo y muero por Sebastián, mi Sebastián.
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