Me divertía odiarla. A diario leía sus publicaciones y vertía mi desahogo en un comentario que retuiteaban cientos de personas. Con el tiempo me convertí en su hater favorito y gracias a ella gané seguidores al tiempo que iba perdiendo parte de mi vida. Cuando la necesidad se convierte en obsesión, la mente cree viajar más rápido que la realidad más al final la vida termina poniendo a cada uno en su sitio.
En su primer día sin publicar creí haberle ganado la guerra, pero aquella absurda lucha de egos era una batalla perdida de antemano. No me gustaban sus ridículos sombreros y, sin embargo, de repente, comencé echarlos de menos. Por eso, cuando estuvo una semana desaparecida comencé a pensar más y a dormir menos. La conciencia nunca descansa cuando tiene una esquirla escondida.
Me desperté sobresaltado. #apolo25esmuyfeo. Mi móvil no cesaba de pitar y de moverse por la mesilla activado por la vibración. Apolo25 era yo, claro y mis vergüenzas quedaron al aire al son de una mentira. Aquella semana me llovieron los memes por todos lados y entonces fui yo quien, abochornado y ridiculizado, dejé de publicar.
Sólo pasaron tres días antes de recibir un mensaje directo.
“Ahora sabes lo que se siente”.
Y, claro, quise dejarme llevar por la ira, pero mis dedos obviaron el insulto y perpetraron una invitación.
“Si quieres saber lo feo que soy, ven a verme”.
Y así fue como quedamos la primera vez.
Ella sigue llamándome feo y yo sigo escribiendo palabras convertidas en puñales. Algunos nos siguen tomando en serio, pero hay otros que lo encuentran divertido, aunque no se ríen menos que nosotros cada vez que nos encontramos en su cama y, cuando terminamos de hacer el amor, ella me pone en la cabeza uno de sus ridículos sombreros.
En tu línea compañero, narración perfecta, me ha encantado.
Saludos Insurgentes
Me encanta.