‘‘El tono ámbar del whisky contrastaba con la penumbra del caótico apartamento de Andy Argento. El vocalista había descuidado su aspecto en las últimas semanas: tenía la vestimenta salpicada de manchas de alcohol, unas profundas ojeras acentuando el brillo de su mirada esmeralda y, por último, su cabello oscuro (antaño puntiagudo como la coraza de un erizo) adhiriéndose a su rostro por culpa del sudor. Nada de eso le importaba, toda su atención se dirigía hacia la pantalla de su televisor. Por mucho que cambiase de canal su rostro se encontraba en todas partes. Al principio de su carrera como cantante de los Rainbow Stars ignoraba a todos esos periodistas metomentodo y continuaba disfrutando de su pasión, viviendo su sueño de la niñez. No obstante, los años pasaban y con el tiempo acabó estando en el punto de mira de todo el mundo: no faltaron los debates en la prensa rosa sobre cada detalle de su vida, ni las críticas hacia su orientación sexual y colorida manera de vestir. La gota que colmó el vaso fue el acoso padecido de sus amigos y familia. Andy tenía fama y dinero, por supuesto, pero le faltaba lo más esencial para una vida tranquila: libertad.
― ¡Malditos paparazzi! ¡OS ODIO! ¡DEJADME EN PAZ! ―le gritó a la pantalla, escupiendo los restos de whisky contra el maltratado aparato.
Aquella noche Andy podría haber acabado con todo, abandonar para siempre este mundo. Y no, no lo hizo mi pequeña Adela. ¿Sabes por qué? Porque Irene, Marcos y yo estábamos ahí junto a él, apoyándolo en todo momento. Fuimos su velero en un mar tormentoso, y...’’
― ¿Y qué pasó después papi? ¿Los Rainbow Star volvieron a tocar?
Adrián sonrió con ternura.
― Por supuesto, tesoro. Los artistas jamás olvidamos a nuestras musas.
MoonShadow