«Sweet Home Chicago»

Año 2040. Los supervivientes del escuadrón Gatillo Loco aguardan en un calabozo húmedo, oscuro, con hedor a piel chamuscada y orín. En breve serán fusilados. Se agarran a la vida sosteniendo crucifijos o fotos; algunos maldicen, otros rezan, y el resto llora hecho un ovillo.
Pero Phil es ajeno a eso. Se imagina las historias de esos mártires veinteañeros y, como morir de rodillas no es forma digna, decide hacer algo. Del bolsillo saca un móvil y lo manipula durante unos segundos.

—Parad de una vez. Damos pena, chicos. Vamos a morir, y punto. Pero cuando venga la muerte que no vea esta versión de nosotros.
—Cállate, gilipollas.
—Cállate tú, Thomas. Tenemos que dar una lección a esos hijos de puta.
—¿Cómo?

Eleva el móvil, extiende el dedo índice y pulsa.
—La historia de nuestro país no se entiende sin los Blues Brothers y su Granujas a Todo Ritmo.
Se hace el silencio y miradas de ignorancia revolotean. She Caught the Katy empieza a sonar.
—¿No la conocéis? —pregunta con incredulidad subiendo el volumen. Inicia un baile lento, sin despegar los pies.
Las canciones se suceden, Phil cada vez está más poseído, ajeno a su finitud. Con Shake a Tail Feather, dos soldados se atreven a balancear los hombros y, en el segundo 45, a brincar, con las mejillas aún humedecidas.
Con Everybody Needs Somebody to Love, otros dos guardan sus fotos y se unen como sacudidos por una inevitable corriente de energía.
Cuando Aretha Franklin canta Think, el suelo encharcado tiembla y sus cuerpos parecen olvidar la inmundicia de esa guerra.
De repente, la puerta se abre y dos captores les obligan a salir. Obedecen sin dejar de bailar. Un golpe de culata tumba a uno que se recupera y sigue.
Llegan al paredón al ritmo de Sweet Home Chicago.
Sus verdugos, aunque desconcertados, siguen la cadencia de la guerra y terminan el trámite.