«Tarde museal»

No es fácil la vida ajetreada de estos tiempos en los que compartes más piso que tareas, con mucho más trabajo que sueldo y estudios ampliamente satisfactorios que, a la par, exigentes hasta lo inimaginable.

El escaso sueldo resultaba en ahorrar una moneda al mes para poder ver el museo que mi abuela, en mi infancia, me mencionaba una y otra vez que debía visitar, costara lo que costase.

El precio de la entrada era desorbitado, ¿Cómo podía entrar gente cada día? Pero por suerte ya pude pagar la entrada en mi día libre y la aprovecharía hasta el último momento.

Estaba yo sola, en esos pasillos anchos, llenos de arte que me dieron muchas ideas y lo vi. Vi lo que mi abuela quería que viera desde hace tanto tiempo.

En ese momento, inmersa yo en mi incredulidad, vino la segurata quien descolgó el cuadro y, ante mi impotente mirada, sacó un papel oculto a su espalda y me lo dio junto con el cuadro.

Era yo la retratada, pero el cuadro tenía 100 años y el papel estaba amarillo, aunque conservaba una frase:

"A mi nieta, 'ahora que la niña ya es mujer, lo sabe muy bien, y por fin aprendiendo está ella sola a vivir', la hago heredera de mi incontable fortuna y, además, le entrego este retrato a mis 21 años, como prueba ante mi testamento".