Esta tarde la siento vacía, la más inerte que cualquier otra que haya vivido. El tiempo parece pesar cada vez más mientras las agujas del reloj marcan sus pasos lentos, rebotando en un seco eco por la habitación donde acostumbro a escribir. Hoy es imposible plasmar una simple palabra, no logro aceptar que se haya ido para siempre después de tantas promesas brillando como una lluvia de estrellas. No debería haber dejado que un hombre pudiera tomar el control de mis emociones, mas nunca había creído en el amor hasta que se acercó a mí cual ángel protector de los más débiles, con esos despampanantes ojos marrones como el café que tengo ahora entre mis manos enfriándose. Me ofende el sol brillando en el exterior continuando su eterno transcurso como si nada hubiera ocurrido. Abro la libreta y agarro un bolígrafo a medio acabar, coloco mi mano sobre el papel y repienso todo lo que tengo en mente, el caos es tan explosivo que ni siquiera tengo la oportunidad de soltar el dolor a través del arte de la literatura.
Intento garabatear algo que me aporte la más mínima idea de qué puedo decir mientras los pensamientos oscurecidos aprietan y atacan continuadamente, mordiendo el alma, asesinando mis ganas de existir. Cada vez más lento, cada vez más pesado, noto el maldito tiempo arañando la mesa con la luz del sol dirigiéndose hacia el oeste.
Suspiro dolida, me cuesta respirar, será por el llanto, o quizás me he olvidado durante un rato de intercambiar el aire, no lo sé, no me acuerdo. Cierro la libreta de un golpe observando en la estantería mis libros publicados en un pasado no muy lejano, todos ellos tienen la esencia de ese hombre, él se encargó de leer y adoptar la posición de crítico antes de enviarlos a la editorial, solo él era la persona en que le confiaría este minucioso trabajo. Recuerdo el momento de la discusión, ha pasado media hora aunque la pugna parece haberse perdido hacía meses. Retiro la mirada para chocar de lleno con el único cuadro donde nos vemos los dos felices, me da un vuelco al corazón que me vuelve a dificultar la respiración instantáneamente. Enciendo el ordenador y abro un documento nuevo, ni mil palabras pueden describir la niebla en mi mente. Golpeo las teclas con lentitud equivocándome varias veces y observo la primera frase con desdén, quizás es el único comienzo posible a la explicación de un sufrimiento que no quiero aceptar todavía: “Esta tarde la siento vacía”.