Diego amaneció en medio del bosque totalmente desubicado. Estaba perdido y no podía comunicarse con nadie ya que su móvil no funcionaba. El silencio que reinaba solo lo rompía un sonido lejano acompañado de unas palabras imperceptibles.
–Oigo ruidos por allí, quizás puedan ayudarme a salir del bosque.
Según avanzaba, sentía que no estaba solo, las copas de los árboles se movían incesantemente aún sin nada de viento. Ese constante sonido cada vez le resultaba más familiar.
–Me quiere sonar, pero no sé de qué. Por lo menos sé que no estoy solo, ellos podrán ayudarme. –seguía repitiendo.
A cada paso que daba, aquella música se metía más y más en su cabeza y en la misma proporción iba arqueando su cuerpo rítmicamente. No sabía hacia donde ir, izquierda, derecha, delante, atrás… aquel sonido provenía de todas partes.
Estaba cansado, hambriento y sin fuerzas. El abatimiento era tal que se desplomó en el suelo hasta que algo le hizo levantarse nuevamente.
–¡UUUU¡ ¡UUUU! ¡UUUU!
–¡Voces! estoy salvado. –resopló aliviado.
Avanzó tan rápido que no se dio cuenta de que iba corriendo como si fuese un animal, a cuatro patas. La música era más fuerte que nunca y ni el cansancio que tenía, le detuvo.
Al fin llegó al lugar. Apartando unas grandes ramas que estaban frente a él, lo vio. Sus ojos se tornaron blancos, no creía lo que estaba sucediendo.
–¡Noooooooo!
–Soy una rumberaaaaaaaaa–sonó estruendosamente.
–¡Melody, por qué!
Unos simios "bailaban" al son de la canción en una vieja radio olvidada. ¿Seré yo el último hombre?
Ju, Ju, ju...
Desternillante!
Saludos Insurgentes.