Ya dejé de soñar, y también de imaginar. No consigo pensar en gente unida por un bien común, y mucho menos en el fin de las fronteras, porque existen demasiados límites; más que pueblos, o países, o planetas, e incluso más que estrellas en el Universo.
Ya no hay paz, o quizás no consigo verla, ni sentirla, o abrazarla como parte de mí. No es cuestión de esperanza, y tal vez sí de autoestima: aquella que perdí cargando todo el peso sobre mis espaldas. Por eso dejé de caminar, y ahora, entre un mar de fango maloliente y pegajoso, tan solo me consigo arrastrar.
Ya no puedo recordarte, porque hacerlo me divide, entre lo que odio y todo lo que deseo. Porque no soy como tú, ni jamás aspiré a alcanzarte, aunque sí a parecerme, un poco, a mi manera, de esa que solo yo entiendo. Ya no creo en ti, aunque dejé antes de creer en Dios, en ángeles y en el cielo, si te sirve de consuelo, porque ya no quiero ser un necio.
Quisiera volver a soñar, e imaginar, como tú, querido John Lennon, pero el marco de mi vida se ha llenado de veneno, dolor y aburrimiento: ha tornado en negro por completo. ¿El interior? En blanco, vacío, como los huecos de mi ambición y pensamiento.
Me despido. Y lo siento, porque siempre os quise más de lo que demostré, en un intento fracasado de quererme a mí mismo un poco al menos. Mi voluntad, mi último deseo, se cumplirá, querido John. Yo, al contrario que tú, no permitiré que una fanática locura me aborde y dispare, acabando con mi vida. Yo seré el loco, y mis dedos, asesinos que aprietan el gatillo.
Me voy, como dije en mi canción: tal y como soy, como fui, como quiero ser.
Love,
Kurt Cobain.