Enrique era maestro de escuela. Le apodaban «el rojo». Como su padre, que murió preso (por «rojo») o su abuela, fusilada antes de acabar la guerra. Habían más, la mayoría callados porque bastante tenían con llevar el pan a su mesa.
Entre sus alumnos, uno le tenía especial estima. Cuando se marchaban al finalizar la escuela, Pedro le esperaba. Caminaba junto al maestro, que le explicaba lo que sucedía más allá de las vallas de madera y los pastos verdes del pueblo. Después llegaba a casa, merendaba pan con chocolate y sintonizaba la radio donde Enrique era locutor.
Aquel día el maestro recibió un cassette con una canción recientemente censurada. Dudó, pero finalmente decidió ponerla.
—Que no vuelvan a callarnos.
«Dicen los viejos que en este país hubo una guerra, que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas…»
La noticia de que Enrique había sido detenido por difundir material censurado corrió por todo el pueblo.
—¡Es un liante! Como su padre.
—La culpa es del alcalde.
Desde la ventana de la celda, sus alumnos se burlaban y lanzaban huevos. Al noveno día salió a la calle, donde enfrentó miradas de desprecio y lástima. Su casera le había preparado las maletas y el alcalde esperaba no volver a verle, así que decidió regresar a la ciudad, donde podía luchar y la tierra no dolía tanto.
Pedro llegó a la parada cuando el autobús se marchaba. Enrique le vio, sonrió y dejó un libro sobre un banco. El niño corrió tras el vehículo hasta que se perdió en el camino. Cogió el libro: «Miguel Hernández» . Y se juró a sí mismo que algún día se lo devolvería.
Dos días después se escuchaba una canción en la radio que sería número uno durante semanas:
«Libertad, libertad. Sin ira libertad. Y si no la hay, sin duda la habrá».
Los maestros de escuela en la dictadura siempre fueron un halo de esperanza por el que luchar.
Me has tocado la fibra, mi familia materna esto lo vivió en sus propias carnes.
Que nunca nadie te prive de tu libertad!!
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.