«Todo lo que sube»

Era de día, o eso parecía. Los destellos fluorescentes interrumpieron su vigilia. Escribir era como soñar despierto o más bien, ver un espejismo mientras duraba la embriaguez. Antes de que su novela ocupase un lugar privilegiado en las librerías, envidiaba a los escritores malditos, en especial, su inclinación por la bohemia y el exceso. Antes fue ayer y ayer no acababa nunca. Le gustaba frecuentar las presentaciones de los autores locales. Codearse con ellos y pedirles una recomendación. Si se trataba de una escritora se ponía petulante, recitaba chorradas y las aburría a base de copazos y hastío existencial. A veces mojaba el churro, aplastando la punta con deleite sobre los cristales de azúcar blanquilla. Blanca se llamaba su novia y a la página en blanco temía. A su edad aún no había cumplido con aquel propósito que se hizo de joven. Había perdido, o no había descubierto la ilusión. Anhelaba la inspiración, la revelación de una idea genial pero sentía que toda su vida era una patraña y por extensión la propia España y al filo de la guadaña se lanzó sin miedo al vacío. Escribió y desgranó y se abrió en canal y de algún modo todo pasó. Manó la lírica y una editorial incauta respondió y el público respondió y se sintió tan amado que huyó. Lejos de la mentira, se metió en la mar y esta se llevó la historia consigo.
Amanecía, salió al porche del bungalow y saludó al sol que despuntaba. Una hermosa aborigen le cruzó el brazo por la espalda. Él se giró y ambos se besaron. Los goznes de los engranajes estaban bien engrasados. Suponía una imagen trillada, una especie de Ian Fleming castizo, refugiándose de si mismo en una isla desierta. Lo cierto es que estaba cansado de buscarse y ahora, cuando su identidad había sido reducida a un esbozo sin rasgos definitorios era cuando más sonreía. El impulso había dejado de imponer su voluntad, ahora tenía tiempo para respirar y sentir los latidos bajo su piel. El tiempo era limitado, la narrativa tenía sus márgenes. Él no era poseedor ni de lo uno ni de la otra, él era tan sólo un navegante. Y lo consiguió, fue fugaz, pero durante un instante al ayudarse contribuyó a crear cierta consciencia colectiva, real y alejada de intereses espúreos.
Se deslizó bajo las sábanas color blanco, en aquella casucha sobre el atolón coralino. Entonces decidió que volvería a entrar y así lo hizo.
Sobrepasados los excesos delirantes de las evaporaciones, de las confluencias y las connotaciones llegó a la conclusión sublime del axioma absoluto. Tu sexo, tu amor, tu pasión abnegada y nada más. Abuso y uso y decadencia. Volveré a recordarte que soy tuyo y así justificaré mis desmanes. Escribiré y justificaré e intentaré ser, ni mejor ni peor, seré otra vez tuyo, por siempre, como el volumen que atesoras en tu biblioteca.
Las persianas se alzaron. Los aprendices retornaron. Desplegaron los aperos. La tierra siempre receptiva a nuevas iniciativas dio la bienvenida a los amantes pasajeros. El viento sopla, se lleva lo que.
Hoy toca desbrozar y un poco después regar. Me revuelco con mis cachorros. Recupero el sentido lúdico. Me desprendo de la ropa sucia. Me aseo y desayuno. Ella reclama su sitio. La pinto como si fuese la única.
Sigo respirando por imperativo legal. 

Algeciras, 29 de agosto de 2021.