Totalmente cuerda
Esta es la historia de Michelle Clavel, una joven escritora que debutó hace unos años en el mundo de la literatura fantástica. Nunca habría podido imaginar que este sería el camino hacia la auténtica felicidad.
Una mañana de verano, se despertó empapada en sudor al lado de su pareja y decidió abrir el ventanal de su blanca habitación de par en par. Al asomarse, le pareció ver a las dos lunas de Satumbalde mirándose para dejar pasar por el centro de su esfera al deslumbrante Sol. Michelle quedó totalmente atónita ante la imagen que se le presentaba: lo había visualizado tantísimas veces en su mente que, por fin, se había hecho realidad.
En el gimnasio estuvo debatiendo sobre temas políticos y sociales con sus amigas, Gabriela y Cristal, las cuales parecieron quedar en un tremendo shock tras su conversación. Le recriminaron que ni la Guerra de los Cien Mundos ni la tan conocida Rebelión de los Licántropos habían ocurrido jamás, que esos acontecimientos ficticios nacían de sus obras o de las de otros autores. Michelle no pudo soportar tales afirmaciones absurdas y decidió marcharse de la sala de máquinas porque no merecía la pena escuchar estupideces de gente que no ve más allá de sus narices. Eran amigas de toda la vida, desde el parvulario hasta la actualidad, donde su tiempo juntas se limitaba a ejercitarse y a una copa cada seis fines de semana en el bar de siempre. Realmente, Michelle ya no sentía el lazo irrompible que las había mantenido unidas hasta ahora, posiblemente, porque ya no existía.
No era posible que esas tarambanas se centraran en las minucias de sus opiniones en lugar de apreciar lo verdaderamente importante: la clase baja no puede resistir eternamente las estrictas exigencias de sus superiores y conformarse con una vida de miseria para mantener la avaricia de unos pocos.
El día prosiguió con varios percances que la hicieron detonar de cólera ante la insensibilidad de sus interlocutores y su ignorancia. La tendera del puesto de debajo de su casa también la trató como un bicho raro cuando le preguntó si tenía crasíopes, esas frutas amarillas con forma rectangular que provienen de unos arbustos de color morado que crecen en la mayor parte de la Península Ibérica. Es más, España era uno de los principales exportadores gracias a su maravilloso clima. No daba crédito al nulo conocimiento que poseía la gente. Mercedes, la tendera, la miró de arriba abajo y, luego, de abajo a arriba y le espetó bruscamente que se fuera a vacilar a la madre que la parió. Michelle salió con la potencia de un huracán por la puerta, con tanta fuerza que casi revienta los cristales que la adornaban.
Para colmo de males, mientras iba caminando observó el camino de baldosas amarillas que conecta todo Oz y, desgraciadamente, decidió no seguirlo porque no le apetecía actualizar a los habitantes de sus diferentes regiones. Por el contrario, se aventuró a tomar una taza de té de jazmín, el favorito del tío Iroh. Conoció a un señor que se encontraba solo en una mesa. Se llamaba Tomás. Estuvieron hablando de muchísimas cosas interesantes, pero estuvieron en desacuerdo cuando empezaron a hablar de si el esfuerzo de Atreyu había sido tan verdaderamente importante. El señor le argumentó que cualquiera hubiera podido realizar semejante empresa, incluso la mismísima Emperatriz Infantil podría haber salvado a sus súbditos si no fuera una princesita acomodada. Ante semejante afirmación, Michelle le respondió indignada que la Nada afectaba a la niña directamente y necesitaba despertar de nuevo en los humanos el afán por la lectura, que Fantasía dependía de ello. También, le contó la trama de su obra más conocida, El sastre de Concubernia, la cual había nacido de la biografía de Coco Chanel. Michelle explicó al anciano que decidió cambiar de género al personaje para crear una mayor controversia con el personaje principal, Christopher Geibeig, ya que a causa de la estructura patriarcal en la que se sustenta la sociedad sería, tristemente, mejor aceptado por el público. Finalmente, un joven vestido de azul vino y se llevó a Tomás porque ya era hora de volver.
De camino a casa, vio como el brillante magenta de las hojas empezaba a empalidecerse a causa del sofocante calor y eso le pareció hermoso. Esperaba con ansia la llegada del otoño, su estación preferida.
De repente, una diminuta criatura apareció frente al roble centenario. Tenía el cuerpo cubierto de un pelaje blanco limpísimo y los ojos tan rojos que parecían violetas gracias a los tonos del anochecer. Dio pequeños saltitos y se puso justo en frente de ella. Golpeó el césped tres veces con la punta de su pie derecho. La silueta de una puerta empezó a dibujarse en la dura corteza del árbol, trazada con unas líneas de luz celestial. El pequeño ser le dijo a Michelle: «Ha llegado el momento de escoger, querida, ¿fantasía o realidad?». Nuestra protagonista no tardó ni dos segundos en responder: «Tendría que haber perdido el juicio por completo para escoger la realidad».