Estoy agotado. A pesar de estar en la cúspide tanto de mi carrera musical como de mis años de vida, me siento vacío. Las emociones y esperanzas que me dieron las alas para llegar a donde estoy han ido desapareciendo lentamente, haciéndome sentir como un muñeco de porcelana, admirado por mis fans, pero hueco por dentro.
Sigo sin entender como he llegado a este punto. Al principio era un joven artista, con la cabeza llena de sueños, ansioso de salir de mi rutinaria vida en un pueblo en el que el más mínimo cambio era la comidilla de todos. Como deseaba mostrarles a todos de lo que era capaz, de agregar un poco de ritmo y energía a su rutina. Lo he logrado, con mi música hago que la gente disfrute más cada día, aunque a qué precio.
Los días en los que disfrutaba de los encuentros fortuitos con admiradores por las calles, dejaron de ser agradables cuando no podía ir al bar con mis amiguetes sin que hubiera una interrupción pidiendo una foto y autógrafo. Es por transmitir mis emociones a la gente, empatizan con ellos, te afaman. Con el éxito viene la fama, pero la popularidad nunca viene sola. Exposición constante, acosadores, la incapacidad de actuar en un bar por una noche sin que se forme un revuelo. Lo peor de todo, ya no hay vuelta atrás, no hay un hechizo para obtener mi ansiada tranquilidad, ni una pócima para encontrar los sentimientos perdidos.
¿Tomaría otras decisiones si pudiera volver en el tiempo? No, nunca cambiaría nada, por muy cansado que pueda estar, mis recuerdos son lo que me definen, invaluables. No me arrepiento de nada, aunque quien sabe, cuando ya no soporte la presión de la fama, encuentre aquello de lo que huía, tranquilidad.
