«TRAS EL ESPEJO»

TRAS EL ESPEJO

—¡A ver qué tenemos aquí! —preguntó la inspectora colocándose las Ray-Ban como diadema coleta para intentar dominar su melena rubia.

En el palacete de la Gran Avenida, en el centro del jardín rodeado por un corro de plátanos de sombra abrazados entre sí, dos bultos plateados reflejaban los rayos de la mañana. La inspectora recordaba las veces que siendo niña había jugado entre esos árboles. Su cuerpo se tensó. Vio la losa que cubría el agujero junto al tronco por el que ella cayó hace tantos años.

—Mujer, alrededor de 45 años, …

—¿Causa de la muerte?

—Perdió la cabeza —contestó el agente mirándola a la cara para ver su reacción.

—¿Qué?

—Decapitada.

—¡Ya te vale la broma! ¿Algo más?

—La cabeza tenía una cinta alrededor.

—¿Cómo una cinta?

—Sí, de esas que usan las modistas, para medir las tallas, una cinta de costura. Está todo aquí, en el informe.

Tomó una goma de su muñeca y recogió su melena rubia. Ella se crecía ante los casos raros y este tenía pinta de serlo.

—¡Inspectora! La llaman de la central.

Cogió el informe y se dirigió hacia el coche patrulla.

—Lo siento inspectora, pero debe regresar a la comisaria. Lo acaban de traer dos compañeros —una voz la hablada a través de la radio del coche.

—¡Joder! ¿Otra vez? No ha tardado mucho en liarla de nuevo. Voy para allá ahora mismo.

Aprovechó el viaje de vuelta para leer el informe. Intentaba encontrar algo que la pusiera sobre la pista.

—¿Qué ha ocurrido ahora? —preguntó al agente de guardia nada más entrar en la comisaría.

—Lo encontraron en la boca del metro, con una cinta de costura en la mano, intentando medir las cabezas de los viajeros. Un transeúnte, con poco aguante, le soltó un bofetón y lo tumbó en el suelo. Los agentes lo metieron en el coche y lo trajeron aquí. Está en la sala de interrogatorios.

—Gracias —Se encaminó hacia la sala pensando con qué personaje se encontraría esta vez.

—¿Eres tú? —Le preguntó dando un salto y poniéndose frente a ella.

—¿Quién quieres que sea?

—Llegas tarde, traviesa. Siéntate y tómate un té. ¡Qué cabeza más perfecta! Me gustaría hacerte un sombrero —. Le dijo tomando entre sus manos la cinta de costura.

—¿Qué es lo que has hecho esta vez?

—Nada. Solo mi trabajo. Me encanta hacer sombreros. Y ella, con esa cabeza desmesurada, necesitaba un sombrero a juego —. Hacía el gesto de colocarse un sombrero con las manos manchadas de sangre.

—Esta vez has ido demasiado lejos. No voy a poder ayudarte.

—¡Abajo con la sangre roja! Hoy es el día “gloricioso”, bailaremos la “deliranza”. Pero no te preocupes, esto no es más que un sueño.

—¡Estás loco! —Le gritó sujetándole por los hombros.

—¡He perdido la cabeza, estoy loco, majareta! Pero las mejores personas lo están. Eso me dijiste cuando regresaste al submundo.

—Todo eso solo ocurre en tu cabeza —. Le miraba fijamente a los ojos. Una lágrima resbaló por la mejilla.

—Podrías quedarte. Huiremos juntos hacia tierras salvajes. ¿Quieres más té?

—Lo siento. No puedo ayudarte Charles —dijo con la cabeza baja.

—Por favor, llámame Lewis. No te preocupes, no llores. Volveré antes de que te des cuenta.

La inspectora le dio la espalda y se dirigió a la puerta.

—Espera un momento Alicia, una última pregunta: ¿En qué se parece un cuervo y un escritorio?

Con lágrimas en los ojos cerró la puerta tras ella.

—Avisa al comisario-jefe. El asesino está en la sala de interrogatorios. Caso cerrado. Tratadle con cariño, por favor. Me marcho que llego tarde —dijo al ver junto a la puerta las blancas orejas del conejo que no dejaba de dar golpes con su patita sobre la esfera del enorme reloj.

—¡A sus órdenes inspectora Alicia!

TOMÁS GARCÍA MERINO