La música épica de batalla surtía efecto y cada vez estábamos más metidos en la partida, además, la tarde de primavera que hacía, fría y lluviosa, ayudaba a concentrarse en otros mundos y meterse en el papel.
El máster tuvo la idea de sentenciar que también estaba lloviendo en los escenarios lejanos y fantásticos en los que nos encontrábamos inmersos.
—¡Alexa! Pon sonido ambiente de lluvia.
—Vale, entendido.
De repente, uno de los truenos reales se acompasó de manera natural y artificialmente perfecta con los que sonaban por los altavoces.
Instintivamente, cerré los ojos ante el estruendo como para prevenir posibles daños. Y cuando volví a abrirlos sentí el frío de la gruta en la que me encontraba junto a los personajes de mis compañeros de mesa. Todo había cambiado a mi alrededor, el confort del local, con su calefacción comunitaria, había desaparecido. Hacía frío y había mucha humedad, además de un olor indescriptible que identifiqué por asociación como proveniente de los trasgos. Me encontraba cantando la misma melodía, pero esta vez con un timbre de voz extrañamente locuaz y una armonía musical impropia de mí.
—¡Luchad, guerreros, luchad! ¡Morid, trasgos, morid!
No tardé en darme cuenta de lo que había pasado: estaba tomando las riendas de mi personaje y sintiendo en carne propia lo que él hacía. Sus aventuras ahora eran las mías y quien sabe si su implacable destino en aquella cueva llena de trasgos iba a ser el mismo.
Tendría que esforzarme a fondo para salir de allí con vida, y más tarde, quizá, plantearme la posibilidad de volver a ser quien tirara los dados despreocupadamente o quedarme atrapado en la partida siendo quien sufriera sus designios.
El giro final es brutal.
Saludos Insurgentes
Está muy chulo el relato Víctor!!