Me desperté con la respiración entrecortada otra vez, con los músculos en tensión y con la mandíbula apretada. Había un olor en mí que ataladraba mi nariz; era sangre, pero no era mía. Empecé a palpar mi cuerpo pero no tenía ninguna herida. Lo único que dolía era mi pensamiento. Recuerdos que no se iban de mi cabeza. Dolía, dolía mucho. Me vino un pensamiento: el bosque. Necesitaba esa libertad, necesitaba reencontrame con mi verdad.
Evadirme era la mejor opción. Descansar de la rutina y de la encolerizada ciudad. Necesitaba conectar con la naturaleza, con el agua; y así, centrarme en cuerpo y alma a mi novela. Mi vida había sido trágica en mi niñez y todavía tenía pesadillas, en las que me veía correr sin rumbo, como si fuera un animal hambiento, donde despertaba con un grito ahogado y con taquicardias, tenía insomnios que se acrecentaban con el estrés y la presión. Era ahora o nunca: o escribía algo para entregar a mi editor o me tachaban definitivamente de la editorial. Últimamente había escrito artículos en una revista de crónicas científicas, pero eso no terminaba de llenarme. Tenía que escribir un thriller. No iba a permitir tirarme otros diez años para escribir una novela, ni seguir atormentándome por mi miedo al fracaso editorial.
Escuché hablar de un retiro espiritual en los Pirineos, rodeado de todo lo que me hacía sentir bien: Bosque, río, tranquilidad y silencio. El complejo estaba situado entre montañas nevadas. Sus alrededores, dotados con todo tipo de vegetación, lo hacían mágico al ojo humano. Experimentar la serenidad del paisaje y esa sensación de bienestar, también estaba ligada a la atención espléndida que ofrecían los trabajadores y profesionales del resort.
Desde el primer día, cuidaban con esmero la alimentación, haciendo batidos de frutas ecológicas, infusiones de hierbas… proponían ejercicios antiestrés para reducir el cortisol y aumento de la serotonina, y así, poder mejorar el sueño y la concentración. Los tratamientos corporales con sales y algas marinas, provocaban una relajación en mi cuerpo casi de otro mundo. Pero lo que más me gustaba era mi sesión diaria de orientación espiritual y de meditación. En realidad, todas esas sesiones, despertaron en mí mis recuerdos más oscuros.
Empecé a escribir la primera página de la novela y, cuando me vine a dar cuenta, ya había escrito veinte mil palabras. ¡Asombroso!, hacía años que no tenía esa sensación y esa facilidad de palabra.
Mi personaje principal era un asesino, llevaba años matando a mujeres con el mismo modus operandi: drogaba a sus víctimas y las llevaba a un hotel a las afueras de la ciudad. Las vestía de novia y le hacía un corte en el cuello hasta que se desangraban. No les daba tiempo a sufrir, todo ocurría mientras estaban en un estado de letargo. El asesino fue víctima de un engaño amoroso: el día de su boda, su novia lo dejó plantado en el altar y nunca más volvió. A los años se enteró de que era maltratada por su nuevo novio y éste, en un arrebato de ira, cogió un cuchillo y le rebanó el cuello. Solamente tenía un requisito: todas las víctimas tenían que ser pelirrojas.
Miré el reloj, eran las cinco y trece de la mañana. Estaba empapado en sudor, otra vez me había despertado con el corazón en un puño, la pesadilla que me atormentaba había vuelto a dejar estragos en mi cabeza. Me apretaba la sien con las palmas de las manos, y metía la cabeza entre las piernas intentando olvidar lo que acababa de vivir. Otra vez corriendo entre los árboles, a diferencia de que esta vez, no estaba solo. Mi padre me perseguía. Me vino a la mente la última vez que lo vi: estábamos en la casa del lago y mis padres discutían, yo tenía unos ocho años, no recuerdo todo, pero hay una cosa que nunca se me olvidará; la cara de mi madre diciéndome que huyera de él. Yo corría por el bosque, ahora lo recordaba bien, ahora recordaba que huía de él porque mató a mi madre. Por su culpa la perdí, y pasé los diez años siguientes de mi vida en casas de acogida. Mi padre era un enfermo, era un asesino.
Fue entonces, en una clase de meditación Tonglen por mi miedo al fracaso, cuando todo me cuadró; mis pesadillas, mis tormentos y los tocs que tenía a causa del trauma que se coló tan hondo en mí, me confirmaron que yo también era un enfermo. Todo este tiempo se originó una herida en mi mente que ya era imposible de cicatrizar. Ya era demasiado tarde para enmendarlo. Desgraciadamente, eso me llevó a ser la persona que soy hoy.
Dejé el complejo sin ganas, pero tenía que volver a mi vida. Escribí el libro en los veinte días que estuve allí; aislado de todo. En el bosque, donde empezó mi calvario.
Cuando llegué a casa y la vi tirada en la cama, inerte, vestida de novia y con ese pelo rojizo alrededor, solo me vino una imagen a la cabeza: el día que me dijo que no me amaba, que estaba loco y que la olvidara.
Mi vida había sido trágica, pero entonces solo fui un peón, un personaje secundario con daños colaterales irreversibles. Hoy, soy el protagonista de mi historia, el héroe que tendrá a la princesa embalsamada para siempre y hasta el final de los días.
--------
—Díganos Señor Sorrentino, después de este último éxito mundial de su novela “Tu pelo de sangre es mi refugio de paz”, no nos quede con la intriga: ¿Volverá a escribir pronto o tardará otros diez años en deleitarnos con otra de sus increíbles obras?
—Nunca se sabe… la cabeza de un escritor siempre está funcionando.