El Principito había viajado solo por el universo durante mucho tiempo, visitando planetas diferentes y conociendo a un astrónomo, a un vanidoso o a un geógrafo. En definitiva, haciendo nuevos amigos, pero a medida que seguía viajando, se sentía más solo y anhelaba tener a alguien que le comprendiera, con quien compartir su día a día.
En uno de esos viajes tuvo que hacer escala en un planeta extraño, diferente, que no paraba de moverse y servía de lanzadera para otros viajeros. Allí conoció a una joven estrella llamada Fugaz, que también viajaba sola. Al instante, nuestro joven Príncipe se enamoró de la personalidad de Fugaz, amable y brillante.
Los dos conectaron y se quedaron prendados el uno del otro. Y deslumbrados decidieron comenzar a descubrir juntos el universo, corriendo de planeta en planeta. Fugaz era la mejor compañera de viaje que había podido encontrar, siempre dispuesta a hacer cosas nuevas, con una sonrisa que iluminaba el universo.
El Principito nunca se había sentido tan feliz y emocionado de tener una compañera de aventuras como Fugaz, pero no todo fue un camino de rosas. Con la velocidad de los viajes, el joven príncipe sufría problemas respiratorios y, si el viaje era ameno, la velocidad a la que conocían planetas nuevos hacía difícil la adaptación a estos. Otros tenían un clima demasiado extremo, diferentes presiones… El Principito no podía creer que Fugaz se adaptara tan rápido.
Pero, a pesar de las dificultades, la felicidad del príncipe era patenta. En cambio la de Fugaz no. No se sentía comprendida, veía que su evolución no iba de la mano de la de su compañero de viaje y poco a poco iba dejando de brillar. Poco a poco, comenzó a sentirse, de nuevo, sola.
Y esa noche, cuando El Principito dormía, Fugaz decidió marcharse sin dejar rastro. Bueno, algo de rastro sí dejó, porque antes de partir le escribió una nota a su compañero. Había sido un viaje muy veloz, pero ambos habían dejado una huella imborrable en el otro y la estrella le escribió algo que el joven príncipe recordó para siempre:
«Mi querido Principito. He conocido a pocas personas como tú y han sido unos momentos mágicos, pero tengo que marcharme para seguir brillando, porque me estaba apagando poco a poco. Recuerda siempre priorizarte a ti como ahora yo lo hago conmigo. Te estaré iluminando allá donde estés para que tú también brilles.
Hasta siempre,
Fugaz».
El párrafo final me ha encantado!
Muy metafórico.
Saludos Insurgentes