Estaba yo absorta mirando la impoluta pantalla en blanco de mi portátil, cuando sentí a lo lejos unas consignas subversivas, revolucionarias. Como pude regresé de mi ensimismamiento y me encontré con una manifestación surrealista. Allí estaban todos mis personajes reivindicando que cambiara de estilo, que me pasara a la prosa poética o al thriller local tan de moda. Todos querían revivir historias, pero más profundas, con menos guasa y mejor contadas.
Aurora, la del calcetín verde, ya no quería saber nada de bautizos y familia y solo pretendía tener una relación con Carlos, el que se quedó a medias en el panda. Que no. Que no. Que no puedo atenderte, Aurora, ¿quieres otro relato?, pues te esperas que yo ando buscando pseudónimo para cuando me llegue el golpe de suerte en el mercado editorial.
Elena, pero si tú estás muerta, ¿recuerdas que te maté cuando salías del casino?, ¿quieres un micro aunque sea de humor negro? Pues ahora no puedo. Seguro que en la Ventana de la Cadena Ser te lo hacen en un plis plas. Pero bueno, todo esto me recuerda al Motín de Esquilache, versión Pirandello y sus Seis personajes en busca de un autor?
Pues os diré a todos una cosa muy clarita: aquí la que manda soy yo, vosotros no existís. Vosotros sois pura ficción. Ding dong, ¿quién es? Del Juzgado para hacerle entrega de una denuncia. Lo que me faltaba…los Figueroa de la Cruz me demandan por difamación y por hacer público secretos familiares.
Lo que mis personajes no saben es que sufro, como decía Millás, “una depresión eufórica”. Que solo necesito un poco de tranquilidad y organización, porque me llegan muchas ideas para empezar relatos, pero no tengo nombre para firmarlos. Resulta que mi auténtica identificación es un lugar común, es trivial, tópica. Que de los quince apellidos más comunes en España: Gómez es el décimo y Fernández el tercero y la virgen del Rosario, además de patrona de Cádiz, ha sido distinguida con la medalla de oro del Ayuntamiento de izquierdas, tan contradictorio como la depresión referida. Eso no se hace papá y mamá, que me voy a tener que dedicar a otra cosa, porque lo de los lugares comunes en la literatura, al menos a nivel amateur, está muy mal visto.
Hasta los Montemayor se han percatado de que el convento es un pub y quieren ir a misa a la catedral. Sigo odiando a Jorge Bucay y no solo por sus consejos terapéuticos y catárticos sino por su apellido terminado en la antigua y griega o ye, o como se diga ahora, que esto de la RAE es un mareo. ¿Por qué no van mis personajes a manifestarse ante la RAE y reivindican la vuelta de “sólo” con su característica tilde adverbial? Uf, me temo que me estoy yendo de tema. Que no quiero digresiones, que hoy solo quiero encontrar un alias que me abra mercados internacionales.
Ring, ring… ya te digo, ahora llama Cristal, la del teléfono erótico y dice que quite su historia de la red, que ahora se ha colocado en Mercadona y no quiere que sus hijos sepan nada. Creo que la voy a hacer protagonista del relato de los aguacates y todo quedará en familia. Pero ahora no. Ahora podría estar escribiendo, como buena escritora que se precie, de mis tardes de verano, de los olores de mi infancia o del cielo nublado que coronaba mi vida cuando me dejó mi primer novio. Y no, aquí ando que si Rosario Gomfer o Fergo, por más que Fergo creo que ya está pillado por una cantante de operación triunfo. Pero bueno, ya estamos todos. Los Bermúdez Morillo y su hijo que fumaba canutos y por eso tenía esa sonrisa sempiterna, hacen su aparición con una pancarta en la que reivindican su derecho a una nueva vida. La madre ha salido de la cárcel y quieren otra vez ser felices.
¿Felices?, ¿felices? Yo también quiero ser feliz. Si no logro encontrar un seudónimo adecuado y correcto, me dedico el año próximo al diseño gráfico, de interiores, de moda o al diseño de sofás para saborear las siestas. Qué más da. Hasta la más grande me cantó “Que no daría yo” para convencerme de seguir escribiendo.
Pero yo a lo mío. Los díscolos protagonistas anónimos hicieron un frente común y decían que yo sería su autora, pero el gran problema que me estaba planteando era una chorrada, que la gente que compraba libros igual sí se fijaba en el nombre del autor, pero que en el relato corto, el mercado iba de otro rollo.
De pronto me vino la idea, se me encendió la luz: más de diez millones de personas se apellidan García y otros tantos Márquez y este buen hombre no solo llegó a ser premio nobel sino que también, y lo más importante, llegó a ser admirado, conocido y… leído. Este buen hombre tiene lectores en parques, bares, escuelas, universidades. Tiene lectores en niveles sociales altos, medios y bajos, en todas las culturas y en todas las razas y nunca se preocupó de la sonoridad de su nombre sino de escribir. De escribir una historia aún no contada por nadie, que hiciera más feliz la vida a un lector inexistente. Así de simple lo refirió en el discurso de uno de sus múltiples homenajes.
Ante tamaña lección, doy por solucionado mi problema comercial-editorial. A ver, a ver, personajes, en fila y vais cogiendo número, apunto vuestras pretensiones y ya iré escribiendo alguna cosilla porque después de mi quimérico estudio me quedo con el seudónimo que ya tenía, aunque sea un lugar casi común.
Yayo Gómez