Carnavales, Venecia 1999.
Ella fue allí huyendo del desamor, buscando la lejanía que calmara su alma. Compró una máscara negra con pequeñas lágrimas que descendían desde sus ojos rumbo a unos sensuales labios rojos, y se perdió entre la multitud de la plaza San Marcos.
Él, fotógrafo, retrataba la magia del carnaval para la que sería su primera exposición. Cuando la vio sumida en aquel tumulto distinguió a la perfección su mirada triste y enfurecida cual mar tempestuoso.
Fotografió su rostro desde la lejanía y captó al detalle sus sentimientos a través de sus ojos. Fue tal el impacto que sintió al ver las imágenes en la pantalla de su cámara que decidió seguirla para seguir retratándola.
Ella andaba sin rumbo entre cientos de máscaras y disfraces. Se sentía flotar al igual que lo hace un alma cuando se separa de su cuerpo. El ruido de toda esa gente festiva hizo que se olvidara de por qué estaba allí para sumirse en un estado de desconexión total y dejarse llevar. Y sin más abrió sus brazos como pájaro que despliega sus alas dispuesto a volar y comenzó a girar y girar sintiendo al aire fresco en su rosto y la felicidad del momento en su corazón.
Plaza San Marcos, Venecia, febrero de 2000.
Un año había bastado para sanar su corazón maltrecho. Se sentía viva de nuevo y quiso volver al lugar donde comenzó a ser ella de nuevo. Allí estaba otra vez, misma máscara pero con un disfraz invisible lleno de colores y alegría que sus ojos reflejaban como un mar cristalino sin fondo.
Ella se vio reflejada en cada una de las fotografías que se repartían por toda la plaza.
Él volvió a reconocer sus ojos tras la máscara.
Y sus miradas se cruzaron para nunca más separarse.
Saludos Insurgentes