Querido desconocido, y digo desconocido porque a pesar de lo mucho que te amé, ya no te reconozco. Cuando recibas esta carta, ya no formaré parte de este mundo, antes del amanecer, mil voltios recorrerán mi cuerpo y pasaré a otra dimensión. Hace unos momentos, alguien me ha preguntado si estaba arrepentido del crimen que cometí. Simplemente, le he contestado, que no me podía arrepentir de algo que había hecho, pero si de haber confesado un pecado no cometido. Ya de poco ha de servir clamar por mi inocencia, todo está escrito y se desarrollará según lo previsto, sin remedio.
Has de estar tranquilo, solo yo sé la verdad, que fuiste tú el que empuñabas el arma, el que la tiró después del disparo para que yo, inocentemente la cogiera y me sorprendieran con ella en la mano. Yo callé y acepté la condena porque te amaba en silencio, a pesar de tus constantes desprecios y desaires. Fuiste un cobarde, incapaz de confesar la verdad para salvar mi vida y no te has dignado a visitarme un solo día.
Dos años llevo en este corredor, esperando mi muerte, suficiente para reflexionar sobre tu miseria, pero aún te seguía amando, hasta hoy, que, ante mi final, he comprendido que no merecías mi sacrificio. Ya es demasiado tarde para salvar mi vida, yo moriré, pero tú has de vivir con el peso, no de un crimen, sino de dos.
Mi querido amigo, pronto nos veremos en la otra dimensión.
Como todas las cartas enviadas desde prisión, esta fue leída por el alcaide, el cual alertó al juez. Que inició una investigación que terminó con la detención, juicio y condena del destinatario. Pero era demasiado tarde, el remitente ya había sido ajusticiado.
En otra dimensión ajustarán cuentas pendientes.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes