Llevaba meses sin poder dormir bien, sus sueños eran una secuencia de imágenes donde se veía a sí misma entrar y salir de los cuadros del museo. Podía posar pensativa para Velázquez en Las Meninas, ser una de las Tres Gracias jugueteando ante la mirada de Rubens o ver como su cuerpo se alargaba en cualquier obra de El greco.
Todo empezó el verano anterior. Su novio y ella visitaban una pequeña localidad del norte de Inglaterra. Llevaba lloviendo toda la mañana, por lo que decidieron entrar a un museo que encontraron fortuitamente. Aunque en un principio lo hicieron para descansar de tanta agua, resultó ser un lugar muy interesante. Era la casa-museo de un artista nacido en ese pueblo. Había obras realmente interesantes, pinturas, esculturas y colecciones de pintorescos objetos de diferentes partes del mundo. La casa tenía una decoración cálida y acogedora que invitaba a quedarse. Pero lo que realmente la sorprendió, fue el cuadro que presidía el salón. Era un retrato de una mujer de aproximadamente su misma edad con una niña de unos dos años sentada en su regazo. Fue como mirarse en el espejo, reconoció sus ojos y hasta casi pudo sentir su abrazo.
Su novio rompió el momento con sus risas —¡es igual que tú!—. Le hizo mucha gracia el tremendo parecido, la fotografió junto al retrato e hizo divertidos selfies para colgarlos en Instagram. Ella quedó conmocionada, pero no quiso darle más vueltas. Se marcharon de allí, él divertido y ella algo aturdida.
A partir de aquellas vacaciones comenzaron los sueños, las dudas, las preguntas… Esta mañana se ha despertado con una fuerte determinación. Primero, tener una larga conversación con sus padres y después, volver a aquel lugar que cada vez le resulta más cercano y familiar.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes