«Victoria interrumpida»

Lo tengo acorralado. No me lo puedo creer.

Noventa y nueve partidas perdiendo contra él y ahora tengo la gloria a cinco movimientos.
Elevo la mirada, pero Leonard no parece inmutarse. Trato de aislarme del ruido que proviene del bullicioso apartamento.
Mi rival apoya los codos junto al tablero y sus ojos bailan por toda la cuadrícula buscando una salida a la vergüenza. Finalmente mueve según lo previsto.
Cuando levanto mi alfil, un estruendo llega del hall.
—¡Pero qué demonios…! —grito. Me levanto y asomo el cuello por la puerta.
—¡Alto, policía!
—Mierda, Leonard, nos han encontrado.
Mi contrincante parece bajo el shock de su próxima derrota y permanece impávido.
—Si a ti te da igual, a mí también. Esta partida la acabamos.

Cierro la puerta y arrastro un pesado mueble aparador para atrancarla. Extenuado, me vuelvo a sentar y desplazo el alfil.
Después, él medita su jugada mientras se oye algún disparo afuera.
—¿Te puedes dar prisa?—le recrimino.
Sin responderme mueve con lentitud el caballo.
Contraataco en un milésima de segundo y dejan de escucharse disparos aunque el mueble empieza a temblar.
—¡Vamos, joder!
Por la ventana se cuela una bola que suelta un gas lacrimógeno. El escozor en los ojos es inmediato y la garganta reacciona como si me hubiese tragado una cucharada sopera de wasabi. Cuando consigo fijarme en Leonard, lleva puesta una máscara antigás. ¡Será cabrón!
Con una maniobra ralentizada coloca la torre cuando el mueble se desploma. Me da tiempo a mover el caballo casi sin ver.
—Jaque —digo agonizando.
Cuatro GEOs irrumpen armados.
—¡Manos arriba!
—Caballeros, dennos unos minutos —suplico entre sollozos.
Sin contemplaciones nos esposan, a mí y al chimpancé. Mientras salimos no dejo de mirar el ajedrez. Un agente, en tono burlón, susurra:
—Tranquilo; en el zoo tendrás tiempo de vencerle .