«Volver al pasado»

Atravesar aquella puerta resultaba tan hermoso como volver a cumplir un sueño. Cada 1 de septiembre una parte de mi vida volvía a comenzar de nuevo. Esa combinación de olores a libros, a pintura de dedos y a colonia infantil me revitalizaba por completo cada inicio de curso.

A pesar de que habían transcurrido ya quince años desde que impartiera clase por primera vez, aquel primer día, siempre se entremezclaban en mi interior el mismo cúmulo de sentimientos y emociones de aquella primera vez. Los nervios me atenazaban y se agarraban a mi pecho hasta que entraba en la sala de profesores y recogía la lista de alumnos que me correspondían ese año. Rápidamente, chequeaba los apellidos de los niños en busca de alguno conocido. A fin de cuentas, muchos padres llevaban a sus hijos al colegio en el que habían estudiado de pequeños y, alguno de ellos, habría podido ser, incluso, compañero mío de clase.

La directora me saludó efusivamente y me entregó el listado con los veinticuatro pequeños a los que tendría que impartir clase ese curso. Rápidamente, hice una lectura diagonal buscando un apellido familiar. A mitad de lista, me detuve mientras un escalofrío recorría todo mi cuerpo. La hoja se escurrió entre mis dedos y cayó al suelo. La directora se acercó a mí mientras la recogía y me preguntó si me pasaba algo. Mi cara debía estar tan pálida como la nieve.

Aquel apellido, nada frecuente, tenía demasiada trascendencia en lo personal para mí. Me recordaba a aquel chico que, durante mi adolescencia, me hizo bullying hasta el extremo de hacer que me planteara, seriamente, acabar con mi vida. Y muy probablemente, la niña de aquella lista era hija suya. Se me antojaba un curso realmente complicado y no había hecho nada más que empezar.