Yag-Tizath - Alejandro Castillo Peña
AP
Alejandro Castillo Peña

«Yag-Tizath»

1002 palabras
8 minutos
82 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😵 Imagina la aventura personal de un o una novelista que pierde la noción entre la realidad y la ficción.

El reloj marcaba la medianoche. Tras un día entero de trabajo, la hoja de papel seguía impoluta. La misma historia durante todo un mes, ¿era acaso la hiel del fracaso lo que saboreaba? Las dudas, que ya habían aparecido semanas atrás, comenzaban a pesar demasiado, la ilusión inicial dejaba paso a la desesperación. Me sentía incapaz de escribir un relato a la altura del horror cósmico de Lovecraft, ¿y si mi obra resultaba ser un insulto a su legado? El resto de mi escritorio tenía un aspecto muy distinto al de aquella hoja en blanco: figuras de Cthulhu y del resto de Primigenios, recopilaciones con la narrativa completa del autor, dibujos inspirados en su mitología… reminiscencias de mis vanos esfuerzos desperdigadas caóticamente junto a mi colección de plumas y los restos de la cena. Derrotado, me dirigí a mi cama y, a pesar de mis cavilaciones, en poco tiempo quedé sumido en un profundo sueño.

Cuando recuperé el uso de mis sentidos, lo primero que noté fue el roce de la madera húmeda con mi cuerpo y un suave balanceo casi rítmico. Al abrir los ojos, me desconcertó no ver el techo, si no el cielo negro como el azabache, iluminado únicamente por una luna de sangre, y al levantarme, pude observar que me encontraba en una barca a la deriva en un mar aún más oscuro que el firmamento. El líquido que fluía era opaco y de apariencia viscosa, ¿un océano de tinta? Una idea demasiado inverosímil como para creer en ella. No había rastro de tierra firme en el horizonte, con excepción de un pequeño montículo al que mi embarcación se acercaba inexorable cada vez con más velocidad. La ansiedad me invadía conforme la estupefacción inicial se convertía en terror. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta un sitio así?

Al aproximarme al montículo, reparé en que estaba compuesto de un mineral vítreo desconocido que daba forma a un cilindro de baja altura de caras perfectamente pulidas, sobre el cual se alzaban una docena de formas humanas ataviadas en túnicas negras. Justo antes de que la barca colisionara y se resquebrajara, salté al trozo de tierra a tiempo de ver mi único transporte hundirse en aquellas profundidades insondables. La superficie parecía bañada en sangre debido al reflejo de la luz de la luna roja, y en su centro, constituida por cientos de palabras escritas en un idioma sacado de las lenguas profanas de la mitología de Lovecraft, se encontraba una estrella de cinco puntas con un ojo en su núcleo, dibujada con tiza blanca. El símbolo arcano, usado para aprisionar a los primigenios. Los sectarios recitaban sin parar una cacofonía de frases ininteligibles, salvo por un nombre: Yag-Tizath. Por algún motivo que escapaba a mi comprensión, el simple hecho de oír aquella denominación me erizaba la piel y causaba escalofríos. Estaba de pie, inmóvil, jadeando de miedo. ¿Qué estaba pasando? No entendía nada.

Fijé la vista en el cultista más cercano y entonces me percaté... no llevaban túnicas, ¡eran siluetas de tinta negra con forma humana! De repente, una especie de tentáculo salió de las “aguas” y se posó sobre el borde del montículo, y poco a poco emergió una extraña criatura que se asemejaba a un perro, con extremidades propias de un pulpo. Su piel la formaban hojas de papel amarillentas y arrugadas que le daban un aspecto macilento, e incontables puntas estilográficas componían sus fauces, goteando tinta como si de saliva se tratara. En cuanto contemplé una imagen como aquella, grité de terror y, al intentar alejarme, caí de espaldas golpeándome en la cabeza. Cuando me sobrepuse al dolor, ya era tarde: el monstruo se encontraba a un palmo de mí, olfateándome con dios sabe qué, llenando mi cara con sus pegajosas secreciones. Estaba muerto de miedo, pensaba sin ninguna duda que era mi fin, pero la aberración acabó aburriéndose de mí y prosiguió su camino. Todos me ignoraban, mi presencia en aquel macabro ritual no era más relevante que la de una mosca.

Conforme la criatura se acercaba al símbolo arcano, las voces aumentaban más y más en intensidad hasta convertirse en una jauría de gritos. Al entrar en la estrella de cinco de puntas, llegó el clímax: un rayo golpeó a la criatura, reventándola en jirones de papel ardiente y acallando el recital con un ensordecedor trueno. Las formas humanas perdieron su consistencia y discurrieron de vuelta al océano, y una tempestad de lluvia negra se desató sobre mí. Al observar con atención, mis ojos captaron un cambio fundamental, el sello dibujado con tiza blanca estaba roto. Como si hasta el momento hubiese estado en el ojo de un huracán, la calma del mar dio paso a turbulencias y agitación, y las olas chocaron contra el montículo. La primera de ellas volvió a derribarme, tras lo que repté hasta el centro para evitar que las posteriores me arrastraran. Entre toda aquella locura, tuve la oportunidad de contemplar la imagen más aterradora de todas, una que me acompañará de por vida en el mundo real y el onírico: una figura gigantesca, creada a partir del líquido propio de un océano que ahora se encontraba veinte metros por debajo de la superficie donde me hallaba, de un negro absoluto únicamente interrumpido por millares de ojos de todo tipo y color esparcidos por su cuerpo. Sus múltiples cabezas rugieron al unísono, acompañadas por sendos truenos.

Fue entonces cuando desperté, esta vez en mi habitación. ¿Habría sido un sueño? Algo tan vívido… no… debía ser una visión, ¿era este el tipo de lucidez que experimentaba Howard Philips Lovecraft? Me levanté corriendo y cogí un boli, pero no se sentía apropiado. Lo cambié por una pluma, llené el tintero y, como poseído por un ente superior, escribí en la misma hoja en blanco que me había atormentado:

“En textos arcanos y terrenales, en imprentas y todo lugar imaginable, aguardan los retazos de Yag-tizath a su despertar. Y cuando el primigenio se alce, una tempestad sumirá al mundo en la oscuridad.”

AP
Alejandro Castillo Peña
Miembro desde hace 3 años.
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JESÚS Mª PÉREZ GARCÍA
06 sept, 22:11 h
Está bien pero no sé si llegarà a toda la gente. Algunos personajes que se citan son de nivel.
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