«El hechizo»

-Señor, cada vez estas pobres diablas oponen menos resistencia.- La voz de Louie el carcelero retumbaba en las húmedas paredes de piedra del calabozo seguida por el resueno de sus pasos y el tintineo de las llaves chocando al caminar. Se dirigía hacia el calabozo 32 con una bandeja de comida en la mano cuando una rata de proporciones monumentales cruzó delante suya y le hizo perder el equilibrio, una risa contenida llenó el vacío del lugar.
-las ratas se reconocen entre ellas, que raro que no la hayas visto.- susurró satisfecha Margery suficientemente alto para que la escuchara.
-Aún no entiendo por qué te acusan de brujería a tí si lo único que has hecho en estos dos meses ha sido llorar y tratar de insultar a la única persona que te atiende, claramente no eres muy lista.- contestó Louie soltando la bandeja de mala gana en el mugriento suelo.
-¿Acaso alguna de las chicas que han condenado habría permanecido encerrada si fuera una bruja? ¿De verdad crees que siquiera se habría dejado atrapar? Parece que no soy la única lumbreras.
-¡Calla bastarda! Bien sabe Dios que si hubiera podido las habría salvado a todas.- Repuso Louie hundiéndose el dedo índice en el pecho- Disfruta la comida porque probablemente sea la última, nos vamos en un santiamén.
Margery volvió a reír silenciosamente-No, Louie, querrás decir que me voy en un santiamén.
Antes de que procesara su sentencia, Margery pronunció las palabras prohibidas y bajo la apariencia de carcelero desdeñado encerró a la chica y salió tranquilamente de allí silbando el himno de su hermandad.