Desde que Paris me entregó la manzana de oro, se reafirmó aún más lo que yo ya sabía, soy la diosa más bella que existe.
Todavía no logro entender, como Atenea, siendo tan inteligente le ofreció sabiduría a cambio de la manzana y Hera, casi tan soberbia como yo, le ofreció riqueza. Pobres ilusas, cómo no le ofrecieron a Paris elegir a su amada, el amor es lo que todo el mundo más desea y gracias a él conseguí hacerme con el premio.
Admito que desde entonces mi vanidad ha crecido, y no soporto ver a nadie con una belleza que pueda hacer sombra a la mía.
Hace días, mientras observaba desde el Olimpo, vi a Psique y su belleza me hizo estremecer, tan joven, tan feliz y sonriente que juro que por un instante me hizo pensar que podría superar mi belleza.
Con la excusa de que necesitaba ayuda para conseguir a mi hombre soñado, llamé a mi hijo Cupido, el cuál siempre me ayuda con los amoríos mortales. Una vez accedió a prestarme ayuda, le conté como Psique se interponía entre mi amado y yo, y que debía dispararle una de sus flechas para que se enamorara de un ser monstruoso, y así dejase de estar en mi camino.
Mi hijo accedió a ayudarme, pero como en muchas ocasiones ocurre con los mortales, cometió un error y la flecha llegó a otro cuerpo, el suyo propio, y terminó enamorado de Psique.
Reconozco que monté en cólera. Cuando se equivoca al disparar las flechas a los mortales disfruto, pero esta vez era otra historia.
Aunque, después de todo, pensándolo bien, puede que Psique llegue a hacerme sombra con su belleza, pero su suegra no se lo va a poner nada fácil.
Buena narración Pedro, una historia que da para más.
Saludos Insurgentes