«AMORONCIO»

Como cada 14 de febrero, Valentín se despierta emocionado porque es el día más importante del año: el día de los enamorados.
Se apresura en levantarse, cubre su cuidado cuerpo con una bata de seda y corre grácilmente hasta la sala de control. Toma asiento y levanta la mirada hacia el panel central de la sala. Sus ojos se abren como platos, a esta hora debería de haber miles... no, millones... no, miles de millones de puntitos rosas marcados a lo largo y ancho de toda la pantalla.
—¡Querubines! —dice con melodiosa voz.
Nadie responde a su llamada.
—¡Querubinesss! —repite alzando ostensiblemente el volumen.
Unos globos rojos en forma de corazón cruzan toda la estancia.
—¡QUERUBINESSS! —grita enfadado.
Una legión de pequeños ángeles rubios y desnuditos se sitúan, cabizbajos, ante su señor.
—Vamos con diez minutos de retraso, ¿por qué estáis aquí?
Ninguno de los angelitos se atreve a decir nada.
—Tú, Amoroso, ¡ven aquí!
El pequeño querubín se acerca, temblando, hasta su señor.
—¿Por qué no estás, ahora mismo, en el encuentro fortuito de Beatriz y Mateo para desatar el amor entre ambos?
—Es que... —responde Amoroso y comienza a farfullar en voz muy, pero que muy baja.
—No te oigo.
—Es por culpa del Grinch del amor...
—¿Ya estamos así? ¿Cuántas veces os he dicho que le llaméis por su nombre?
—Pues resulta que... Amoroncio... se ha llevado todas las flechas.
—¿Todas?
—Sí, señor...
—¿Y las del sótano?
—Ajá...
—¿Y las del subsótano?
—Todas, mi señor.
—¿Y dónde está el Grin... digo, Amoroncio, ahora mismo?
—Ha huido. Pero ha dejado sus exigencias por escrito.
Valentín desenrolla el pergamino que le ofrece Amoroso y lo ojea.
—¿Quiere que llevéis trajes? ¿Y pistolas de dardos amorosos? ¿Descansos cada cuatro enamoramientos?... Creo que este año no llegamos a celebrar San Valentín...