«Ana la florista»

Nuestra ciudad tiene su encanto, obviando claramente las calles plagadas de montones de basura y el aire irrespirable por la contaminación. Tampoco nos podemos quejar los vecinos de la calle Desencantos, en otros barrios no se puede ni salir a la calle por culpa del mal olor, o eso es lo que dice Juan Costales, el presidente de nuestro bloque. Suerte que tenemos a gente como Ana, la mujer con la sonrisa más hermosa de todo Madrid. Es dueña de la floristería del barrio y activista medioambiental. Vivimos puerta con puerta, ella en el 2°A con el energúmeno de su marido; yo enfrente con mi hermana Marisa, una fumadora empedernida adicta al vodka.

-No sé que le ve a ese tío. ¡Es todo lo contrario a lo que ella apoya! ¿Como puede estar con alguien así? Solo de escucharles discutir me entran ganas de potar.

Justo ahora mi amor platónico y ese tal Manuel llevan horas hablando de la activista Greta Thunberg. Por el bien de vuestros estómagos, os ahorro la diarrea verbal de semejante señor. Digamos que he visto a babuinos con mejores modales.
La discusión llega a un punto en el que se descontrola y escuchamos a Ana gritar. Mi hermana y yo nos presentamos en su puerta, otros vecinos se quedan en el pasillo porque aquí nadie se pierde un buen cotilleo. Así fue como encontramos a Don Paranoias tumbado en el suelo, con la piel más verde que un pepino y el cuerpo lleno de unas ronchas nauseabundas. A saber si aún respira.
Marisa ni se inmuta, siendo la primera en romper el hielo.

-Vente con nosotras, Ana. No vayas a contagiarte de 'esa cosa'. Además, te vendrá bien hablar con personas que conozcan la existencia de la crema solar y no vean a las palomas como instrumento de control mental.