Angkok hablaba mirando por una ventana de la nave imperial. El mosaico de estrellas quedaba opacado por la cercanía de un imponente planeta gaseoso. Desde este punto, Araí, el satélite donde había nacido el ahora prisionero, no podría verse hasta dentro de unas horas.
La comandante de la nave acababa de entrar en la celda, iba preparada para un saludo protocolar, no para un discurso filosófico. Sin embargo, se sintió atrapada por aquella invitación.
—“Nostalgia originaria gravitacional” — Osk recitó con cuidado—, creo que algo leí al respecto, si mal no recuerdo fue una de las teorías censuradas en la carrera espacial. Difícilmente se habrán financiado estudios que la comprueben o refuten.
Angkok no disimuló su sorpresa ante la respuesta, giró sonriendo y saludó con una reverencia. La comandante no quiso dar tiempo a que continuara aquel hilo y recuperó el protocolo.
—Capitán, mi nombre es Osk, soy Comandante de la Guardia Imperial de Olafur III, le doy la bienvenida al Fragata Resiliencia II. Lamento la pérdida de los cinco oficiales que cayeron cuando tomamos su nave, nuestra intención era un ataque de cero bajas. Le doy garantía de que toda la tripulación será retenida en condiciones dignas, en tanto duran las negociaciones.
La sonrisa de Angkok desapareció, acaso aquellas palabras le devolvieron al presente y su situación incierta. Quizás, su mente empezó a barajar futuros imposibles, o revivió en ese instante esas cinco muertes recientes. Sus captores no entenderían nunca que para los araianos cada muerte es todas las muertes. Volteó de nuevo a la ventana y preguntó:
—¿Qué pretenden de las negociaciones, comandante?
—Intercambiar todos los prisioneros por la firma del tratado de paz.
—Confunden la paz con el silencio de los esclavos, comandante, los araianos no admitirán nunca ese juego de palabras. No habrá tratado.
—La paz, Capitán, es tan sólo el tiempo entre guerras. Y jugaría con las palabras de todos los idiomas si eso me comprara más de ese tiempo —la voz de Osk sonó tan sincera que el prisionero volvió a girarse para mirarla.
—No firmarán tus términos por un puñado de prisioneros.
Angkok era certero y Osk lo sabía.
—Ayúdame a comprar tiempo, si no por tu tripulación, por todas las que vendrán después, por los civiles en tus lunas.
El silencio de mandíbula apretada de Angkok era una respuesta contundente.
—Piénsalo, volveré mañana…—Osk se detuvo como buscando las palabras— a medianoche.
Angkok esperó sin poder encontrarle sentido al pasar artificial del tiempo dentro de la nave, pero su corazón esperó la medianoche y esta llegó con la visita prometida.
—Capitán.
—Comandante.
—¿Lo hemos tratado bien?
—Muy bien para un prisionero.
—Tenía usted razón, ni siquiera han aceptado leer el tratado. La respuesta es tajante “el destino de los prisioneros está en las manos del imperio y nada podemos hacer”.
Angkok asintió en silencio.
—¿Puedo llamarte por tu nombre, capitán?— el prisionero asintió sin alternativa. —Ayúdame Angkok, escribamos un tratado que los araianos quieran leer.
—En Araí, la rendición y la amistad se firman al mediodía, cuando no hay sombras y todo queda iluminado. A medianoche sólo se trazan las traiciones y los ataques.
—Puedo volver cada medianoche, Angkok, y llamarle mediodía si prefieres.
—Podrías volver mil noches, comandante, y no aprender nada.
Esta frase hubiera herido a Osk si se la hubieran dicho a los ojos. Pero de esta forma solo le dio más esperanzas, sabía que estaba labrando un camino.
Varias noches volvió Osk a conversar con su prisionero, hasta que una vez llegó con un libro.
—Buenas noches Angkok, te he traído un regalo, — se sentó y abrió en la página marcada— si me permites.
Hoy parten,
zarpan,
alzan vuelo.
En sus espaldas
las esperanzas
de un mundo que muere.
En los puertos,
las promesas de siempre,
Volveré a buscarte
Te pensaré en cada estrella
Lo encontraremos
Y hasta entonces,
Me pregunto
Cómo sobrevivirán
Los viajeros
Sin sentir en su cara
La caricia del sol
El viento del mar
La bruma, la lluvia.
Cuándo amarán
Cuándo llorarán
En la noche sin noche
de las naves.
Osk cerró el libro, y añadió
—Apuesto que podríamos encontrar unos versos así en cada mundo que se lanzó al espacio.
Angkok sintió el deshielo interior.
—¿Cuál es tu anhelo, Comandante? ¿Más sistemas con tu bandera? ¿Todos los sistemas? ¿Luego qué? ¿Otra galaxia?
—Mi anhelo—Osk dejó que su mirada se perdiera en el libro— es el cielo estrellado de una noche de verano, con la espalda contra un árbol y los pies descalzos sobre la hierba, en las costas septentrionales de Rotnart. —levantó la mirada hasta encontrar los ojos de Angkok —Un cielo sin amenazas, sin reclamos, sin el tic tac de los engranajes de la conquista y la guerra.
Angkok no supo en qué momento había perdido el timón en su juego de concatenar palabras para dibujar mundos posibles en el corazón de su oponente. No supo que tanto había torcido la mirada de Osk y que tanto había sido cambiada la suya propia.
—Vamos a necesitar más de una medianoche, comandante.
Osk asintió sonriendo con los ojos:
—Sería un honor que me llames Osk, hasta mañana.
Es toda una sorpresa, en el relato!
A su vez, de gran originalidad y descripción.
Enhorabuena compañera!!
Saludos Insurgentes
Me ha encantado.