Hoy es el gran día, por fin podré cumplir mi sueño y es mi primer día en la universidad, me ha costado conseguir la plaza, pero gracias a las gestiones de mi padre, lo he conseguido y seré la primera persona en mi familia que estudiará una carrera.
La llegada al pequeño campus no ha sido fácil, todos me miran con expectación e incredulidad, algunos me saludan amablemente, otros simplemente me hacen el vacío. Cuando entro en el aula, una gran sala semicircular, se hace un gran silencio, solo se oyen las respiraciones y alguna tímida tos. Prefiero sentarme en la última fila y no llamar demasiado la atención, al menos en mi primer día, creo que ya lo he hecho suficientemente.
El profesor entra en el aula y el silencio se hace aún más sepulcral, hasta que es roto por la oratoria del docente, que nos saluda el nuevo curso y nos da la bienvenida a su asignatura de anatomía. Por supuesto no se percata de mi presencia, ni hace mención ninguna a la novedad de tener su primera alumna. Y así durante toda la mañana, clase tras clase, hasta que llega la hora de la comida.
En la cafetería, la cosa no cambia y nadie se acerca a mi mesa, así que me veo obligada a comer sola. No me importa demasiado, ya estoy acostumbrada al vacío, a la soledad. Aquí por lo menos no me insultan, desde luego es mejor el silencio que los comentarios desagradables.
Cuando estoy a punto de abandonar la cafetería, la camarera se acerca a mí y me dice:
—Ten paciencia con todos estos borregos, en el fondo lo que tienen es envidia, tú has conseguido algo que ellos nunca tendrán. La valentía para ser quien tú quieras. De poder elegir tu sexo.


Enhorabuena.
Saludos Insurgentes